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La realidad retocada

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La realidad retocada

La dictadura se ha ocupado de hacer de Venezuela una ruina. Las ciudades y los campos son un escombro, si recordamos cómo fueron durante la época de la democracia representativa. Un abandono que se remonta a los tiempos de Chávez y que llega a su apogeo en las manos del usurpador caracteriza el paisaje. Pero lo mismo pasa con los habitantes de los deteriorados lugares, cada vez más humillados e ignorados por una burocracia insensible. De allí la necesidad de hacer retoques cuando llegan visitas inoportunas.

 

 

 

En el mapa del deterioro destacan las edificaciones en las que se atendían antes las necesidades de la ciudadanía, como los hospitales o las oficinas públicas, y ni hablar de las cárceles en las cuales se interna a los perseguidos políticos, pocilgas inmundas e inhumanas como las de los tiempos oscuros del gomecismo. ¿Qué hacer con tales cavernas, si el ojo del extranjero se interesa en conocerlas? Acudir al barniz, pasarles una urgente mano de pintura y, especialmente, hacerse de guías entrenados para que la mirada ajena no observe lo que se debe ocultar.

 

 

 

Es lo que ha sucedido ante la visita de los emisarios de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, enviados en trabajo de inspección por su coordinadora, Michelle Bachelet. Los clamores del país y del mundo, las denuncias voluminosas y lo que a diario se sabe de violaciones ocurridas en Venezuela bajo la dirección de Maduro, por fin han movido la decisión hasta ahora vacilante de la señora de ordenar un itinerario que verifique la veracidad y la magnitud de las denuncias. Estamos así ante una tardía resolución que ha permitido a la dictadura una operación de remozamiento de los lugares escogidos para la indagación, y la selección de los funcionarios encargados de relatar la verdad oficial a los miembros de la comisión.

 

 

 

La visita ha sido cuidadosamente controlada por la dictadura. Los funcionarios de la ONU solo han tenido acceso a lugares previamente seleccionados por el oficialismo, es decir, a sitios en los cuales todavía puede la pintura tapar las huellas de un derrumbe escandaloso. Además, en la inmensa mayoría de los casos, han sido remitidos a las versiones de burócratas fieles al usurpador que, para no perder su empleo, tienen la obligación de hablar maravillas sobre el trabajo que hacen. Se cerró el paso a las noticias que podían suministrar los sufridos destinatarios de los servicios pésimos, y no faltaron casos en los cuales los voceros de las comunidades cercanas a los puntos visitados fueron atacados con violencia por los grupos de desalmados a quienes se conoce con el mote de colectivos.

 

 

 

Un grupo de valientes pudo superar el cerco para contar su versión a los extranjeros. Algunos de los funcionarios que se atrevieron a decir la verdad sobre lo que sucede en sus lugares de trabajo están hoy presos. La prensa no pudo llegar hasta la presencia de los enviados de la comisionada Bachelet, porque un enjambre de guardias armados lo impidió. Pero la misión supo de estas presiones y, pese a los empeños de la dictadura, pudo llevarse fragmentos de vicisitudes a través de las cuales puede descubrir lo que quisieron ocultarle, puede topar con los escombros de dignidad y con el desprecio de la justicia  que un maquillaje de última hora no puede disfrazar. Que el resorte funcione para que la señora mueva las posaderas que le parecieron demasiado pesadas a Miguel Bosé es otra cosa.

 

 

 

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