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La lección de los comunes

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La lección de los comunes



 Parecía mensajero fulgurante de una nueva epopeya, pero se le ha complicado la entrega de la encomienda. Venía a cortar cabezas que cambaría por la de una multitud que lo apoya, pero el hacha perdió de pronto el filo. Era el nuevo paladín de la pureza de la nación, pero su caballo no ha podido superar las primeras vallas. Ha hecho un estreno que casi se convierte en despedida, o que corre el riesgo de presentarse ante un teatro de espectadores cautelosos y amedrentados, si consideramos que apareció galopando como el pura sangre más apostado en las taquillas del Derby y ahora ensaya los tímidos pasos de la burriquita.

 

 

Nos referimos a Boris Johnson, el nuevo primer ministro de Inglaterra, que salió a organizar la brutal salida de su país del seno de la Unión Europea y ni siquiera ha llegado a la primera encrucijada. Ganas no le han faltado, sino todo lo contrario. Sus palabras son las mismas de la víspera, cargadas de hostilidad contra el vecindario continental y con oyentes de sobra en las islas. Sigue en el empeño de podar sin contemplaciones, de arrasar la grama que pisa. Pero no está solo en su designio, como pensaba, sino en el principio de un itinerario con unos viajantes que no están dispuestos a que la caravana marche según los deseos de un caprichoso mandamás.

 

 

Pero lo sabía, olía la fuerza de los rivales. Por eso quiso evitar que se reunieran y trató de recortar el almanaque de sus citas. Sin embargo, no calculó la disposición de ellos a no dejarse arrinconar. Fue así como al raudo catire le crecieron los enanos en el seno del Parlamento, cuyos miembros no solo levantaron la voz contra la tropelía que buscaba su silencio, sino que, para rematar, lo pusieron a bailar según su partitura. Porque no eran enanos, pese a que lo parecían en el pasado cercano. Solo esperaban el momento de volver por sus fueros y lo hicieron cuando les convino, es decir, cuando más se afilaban los colmillos del mandón.

 

 


O cuando recordaron la historia que los había llevado a las curules, y cómo esa historia había  creado un extraordinario sistema de frenos y contrapesos que, así como metió en cintura en su momento a Su Majestad Británica, haría lo mismo o mejores faenas ante el poderoso plebeyo de turno. Boris Johnson topó con las instituciones de su país y las instituciones lo han puesto en su lugar. De momento. Nadie puede pronosticar el fin del pugilato, nadie puede saber a ciencia cierta si el personalismo encarnado en Johnson terminará con las tablas en la cabeza, pero estamos ante el proverbial caso de una querella entre un entendimiento del bien común llevado a cabo a través de las generaciones y los intereses de un aventurero que lo quiere arrinconar de mala manera. Visto el asunto desde esta perspectiva, es mucho lo que puede iluminar nuestra oscurana.

 

Editorial de El Nacional

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