La deuda con Bolívar
julio 18, 2018 6:13 am

 

 

¿Cuándo Venezuela va a tocar fondo? ¿Hasta dónde se extenderá nuestra desgracia? ¿Existe alguna salida o una mínima esperanza de escapar de esta situación tan miserable adonde nos han conducido un grupo de ineptos? Ni del lado del gobierno ni de la oposición parece surgir una luz al final de este túnel en el cual estamos atrapados desde la llegada de la revolución (o destrucción) bolivariana. Todo indica que esta tragedia, dolorosa, cruel y triste, está detenida en el tiempo.

 

 

Pero aunque el mar se muestre sereno y tranquilo, nadie debe confiarse porque las sociedades terminan por cansarse de sus socarrones mandatarios y ese peligro, como ha ocurrido en otras partes del mundo y de la historia, termina como los volcanes que, aunque estén aparentemente apagados, sorprenden con sus estallidos de fuego y lava y arrasan con pueblos enteros. Luego de que estallan solo queda rezar para que las fuerzas de la naturaleza se calmen y los fuegos regresen al interior de la Tierra.

 

 

 

El oficialismo no logra interpretar lo que ocurre al interior de su base popular, piensa que con bonos extras, regalos de cajas de alimentos, carnet de la patria y más demagogia repartida sin resonancia alguna en las comunas puede detener la ola de descontento popular. El oficialismo apuesta a dos cosas esenciales que no por ser simples pueden quizás aplacar las iras populares, valga decir, dinero y privilegios a los aliados fieles.

 

 

 

Pero la capacidad de repartir dinero se agota en tanto ese mismo dinero cada vez vale menos en la vida diaria. Y ese dinero ya no representa sino una limosna miserable que no alcanza para adquirir lo que se necesita y mucho menos para aspirar a comprar y satisfacer otras necesidades no menos imperiosas. De manera que detener el estallido de la ira popular se hace cada vez más difícil para un gobierno que está en quiebra, que se endeuda implorándole a los prestamistas para que sean bondadosos, lo que, como todos saben en este mundo materialista, no es más que un espejismo que se borra en la misma medida en que nos aproximamos a la realidad.

 

 

Ocultar que estamos en la ruina, que ese grupo de recién llegados al poder (ojo, civiles y militares) no supo y no sabrá jamás que gobernar un país y conducirlo por la senda del progreso no es algo que se aprende en las escuelas militares y muchos menos en las guerrillas de los años sesenta. Se necesita un poco más de sensatez, de inteligencia y de sentido común. Se necesita algo más que, por desgracia, no tienen.

 

 

 

Y lo peor es que no rectifican. La altanería de quienes están en el poder para los pelos de punta, la ignorancia de sus ministros ofende la inteligencia del pueblo, la prepotencia de sus líderes (que se han apoderado de los medios de comunicación del Estado) ahora se reparte a través de esos medios de los cuales disponen sin ética ni derecho alguno. La resonancia pública de la vulgaridad de su discurso solo empobrece a una audiencia que padece escasez de alimentos y medicinas, pero también de sueños y de futuro.

 

 

Los jóvenes se van, abandonan su querida patria, general Padrino, pero no siguiendo a Simón Bolívar, que sería lo ideal, sino huyendo de quienes han usado a nuestro héroe como bandera para enriquecerse indebidamente y vivir como ricos. Bolívar no fue pobre, pero jamás fue corrupto.

 

 

Editorial de El Nacional