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La decisión de Roselló

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La decisión de Roselló


 
 
El gobernador de Puerto Rico sale de su cargo por hablar más de la cuenta. Una situación insólita, cuando somos testigos de la verborrea que distingue a un político estelar de la actualidad como el presidente de Estados Unidos y al usurpador del poder en Venezuela, por ejemplo. Hay más en la lista, pero los nombrados son ejemplos elocuentes de lenguas desbordadas e irrespetuosas. El desenlace se ha debido a presión popular, detalle que concede mayor trascendencia a la decisión tomada por el mandatario de abandonar la fortaleza de su residencia oficial cuando le quedaban todavía diecisiete meses de mandato.

 

 


Fue víctima de su locuacidad. Pensaba que un hombre público podía decir lo que le pareciera de sus gobernados, sobre todo si lo hacía en la peña de sus amigotes, pero ha sentido la dureza del viejo refrán que asegura que la lengua es castigo del cuerpo. Otro dicho garantiza que uno es dueño de lo que calla, pero el joven boricua pensó que tal consejo no importaba en sus alturas de jefe del Estado Libre Asociado. Ahora, en el trance de hacer las maletas, quizá reflexione sobre el respeto que un mandatario debe a sus gobernados.

 

 

Como se sabe, a través de un chat de Telegram que tenía con once allegados, todos de alto coturno, Roselló se prodigó en voces injuriosas contra los homosexuales y contra las pretensiones del feminismo, pero también desembuchó otras lindezas que consideraron como insultantes las muchedumbres que se enteraron de los ruidos cuando fueron echados a los cuatro vientos. La indignación no se hizo esperar. La gente se echó a la calle contra el procaz e irresponsable sujeto, en manifestaciones pocas veces vistas en la isla. Una última aglomeración de repulsa que contó con la asistencia de medio millón de personas hizo que saliera cabizbajo de su despacho para no volver jamás.

 

 

Dijo Roselló que dejaba el cargo después de haber estado “en oración”. ¿A quién dirigió sus jaculatorias? ¿Quién oyó sus misereres? Si consideramos que no confesó sus pecados de manera espontánea, que no marchó contrito hacia el confesionario sin que nadie se enterara, debemos imaginar que hizo rezos obligados. La realidad es que debió postrarse ante la voluntad de su pueblo, un suceso que nos concierne porque demuestra las posibilidades de poder que tiene una ciudadanía cuando toma al toro por los cuernos, y cuando existe una institucionalidad que la respalda.

 

 

Queda pendiente una “menudencia” de investigación que hace el FBI, relacionada con desfalcos de hasta 15 millones de dólares supuestamente perpetrados por 3 de sus colaboradoras de mayor confianza. Es la guinda del pavo, el adorno del episodio, el ingrediente que lo hace más grotesco y digno de relevancia, pero la lección del pueblo de Puerto Rico y la patada que ha propinado a un funcionario indigno de su confianza es lo que más nos incumbe ahora, lo que nos debe aleccionar frente a los desatinos y los delitos de un usurpador que no solo peca de palabra, sino también de pensamiento, obra y omisión.

 

Editorial de El Nacional

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