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La bienvenida de Guaidó

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La bienvenida de Guaidó

El nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, ha sido recibido con entusiasmo por la ciudadanía venezolana. Pese a que las televisoras privadas –ni pensar en VTV– se dieron a la tarea de ignorar su juramentación, las redes sociales se ocuparon de divulgar las palabras de su discurso de toma de posesión y de comentarlas en términos positivos. Un halo de esperanza se apoderó de la gente y la ha llevado a anunciar la posibilidad de un  desenlace frente a la cercana usurpación de Nicolás Maduro.

 

 

En el panorama internacional se ha advertido una reacción semejante. Desde las oficinas de su Secretaría General, la OEA saludó con beneplácito su llegada y pide una salida democrática que encuentre origen en la AN. La declaración del Grupo de Lima, pese a la previsible ausencia de México, ha manifestado igual beneplácito ante la posibilidad de que los pasos se enrumben  en Venezuela hacia derroteros democráticos dentro del marco constitucional.

 

 

Ha sido tan elocuente el apoyo de los organismos y de los voceros de otros países al traspaso de directiva en la AN y ante el ascenso de Guaidó, que los laboratorios oficialistas se ocuparon de inventar unas declaraciones de Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, a través de las cuales se veía con buenos ojos el continuismo de Maduro mientras se referían al refrescamiento de la Cámara como asunto intrascendente. Mentira podrida, por supuesto, fake para sembrar cizaña ante los soportes que ha logrado en el país y en las naciones democráticas de América Latina y Europa la posibilidad de una transición encabezada por los diputados legítimos, por los representantes indiscutibles de la soberanía popular.

 

 

El buen viento acompaña la llegada de Guaidó y de sus compañeros de directiva, por lo tanto. Si se agrega la contundencia de su primer discurso, hay motivos para que la ilusión regrese a los domicilios de las grandes mayorías y a los despachos de los dirigentes de la oposición. Un segundo aire, o un tercero y hasta un cuarto –quién sabe cuántas de esas corrientes nos han despertado antes sin consecuencias concretas, para volver después a la interrumpida siesta– levanta los ánimos alicaídos desde hace tiempo. Es una hora de ilusiones, la cercanía de una posibilidad, una luz que parecía apagada en el final del túnel.

 

 

Pero no bastan las declaraciones animosas de los amigos extranjeros, ni lo que dijimos en las redes sociales en una especie de día festivo. Tampoco las palabras del nuevo presidente de la Asamblea, pese a su conmovedor énfasis. Los sonidos foráneos se pueden perder en el viento si retorna la apatía doméstica. Un discurso pasa pronto a la papelera, si no se vuelve realidad concreta con la ayuda decisiva de sus destinatarios.

 

 

La posibilidad de que las esperanzas no se frustren depende de nosotros, de quienes las cultivamos sin hacer nada que no sea hablar y hablar, que no sea un parloteo que se niega a tocar tierra. Las realizaciones serias no dependen de Guaidó, ni de la nueva directiva que lo acompaña, ni del conjunto de los diputados de la AN, si nos limitamos a esperar a que hagan lo que nos corresponde a todos como sociedad. La obligación de evitar la usurpación de Maduro aconseja que cambiemos el pasajero y aplaudamos por un contundente hacer.

 

 Editorial de El Nacional

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