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Invasión, cárcel y misterio

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Invasión, cárcel y misterio


 
 
 
En la primera semana de mayo del aciago año 2017, los venezolanos descubrían la verdadera cara del régimen y su capacidad de transformarse en una dictadura impúdica, capaz de desatar una ofensiva represiva a la vieja usanza de la Unión Soviética. Conjuntamente y a la misma velocidad se desmoronaba su estrategia interna y externa para mantenerse en el poder mediante inventos chuecos y triquiñuelas “democráticas” que no convencían ni convencen hoy a nadie medianamente informado.

 

 

Las protestas contra el gobierno recorrían las calles de Venezuela acicateadas por la espontaneidad y no obedecían a un plan macabro del imperialismo o de la derecha recalcitrante. Al contrario, los jóvenes estudiantes y las clases medias salían a reclamar sus derechos ciudadanos y la devolución de su futuro que había sido arbitrariamente expropiado. Enarbolaban a su paso el respeto a la Constitución Nacional y la convocatoria a elecciones libres y respetables porque las anteriores y las próximas fueron y serían, a no dudarlo, engaños intolerables.

 

 

A estas peticiones ahogadas en sangre, le siguieron encarcelamientos masivos, torturas y allanamientos en serie, de una ferocidad semejante a las que acostumbraban las dictaduras militares en este y otros continentes. Pero lo fundamental de la represión en aquel momento solo pudo apreciarse mucho después cuando el régimen analizó el amplio respaldo de los sectores populares hacia esas protestas. Hasta ese momento creían seguro y efectivo el control de la población a través de sus redes de apoyo, específicamente los colectivos armados, la distribución de alimentos y bonos en dinero, el sistema de ubicación,  delación y neutralización de los opositores, y de la acción permanente de la propaganda.

 

 

Pero tal como lo publicamos un 3 de mayo de 2017 en este mismo espacio editorial, eran argumentos propagandísticos “tan burdos que ni siquiera perturban el sueño de esa caverna de caimanes dormidos” que integraban el comando ideológico y político de la supuesta revolución, “hoy devenida en la más grande estafa política de los últimos tiempos en este continente”.

 

 

De aquellos días a este momento la actuación de los cuerpos represivos ha cambiado radicalmente al punto de que las diferencias entre las policías regionales, nacionales, las policías políticas y militares, y sectores parapoliciales y redes comunales han adoptado un comportamiento de conjunto, valga decir, que proporcionan información, se adelantan o participan en la persecución y captura del sospechoso, retienen al individuo y mantienen bajo vigilancia la escena de los hechos.

 

 
Así ha ocurrido, o al menos lo han hecho ver públicamente, en repetidas oportunidades, los voceros de la propaganda oficial en los recientes casos de las “mini invasiones” ocurridas en días pasados. En la mayoría de los casos publicitados por los hermanos Rodríguez –y uno que otro alto oficial–, quienes atraparon a los peligrosos invasores que, de paso, portaban armamentos de alto calibre y de último modelo, fueron lugareños sin conexión con las policías especiales que “estaban en conocimiento”, desde tiempo atrás, sobre todo el plan de desembarco.

 

 

Cuesta creer todo este relato oficialista y, menos aún, cuando la opinión pública piensa y se pregunta por qué el régimen no ha presentado ante los venezolanos a los capturados en el cometimiento de los hechos o los atrapados en los días posteriores. ¿Qué interés tiene el régimen en ocultar su éxito policial o militar en esta trama llena de peligro y aventura? Queda este misterio en el aire: ¿Siguen con vida, están muy golpeados? O por el contrario, ¿están en buenas condiciones, sin nada que temer? ¿Los pueden ver o visitar, o comunicarse con ellos sus familiares y abogados?

 

 

La represión brutal, si fuera el caso, no se justifica porque ya estaban descubiertos y delatados hasta sus últimos pasos, y así, repetimos, lo han proclamado los voceros del régimen. Amplios sectores de la opinión pública no están de acuerdo con estas acciones armadas y así lo han hecho saber.

 

 

En verdad, los venezolanos exigen otras formas de enfrentar esta pesadilla de hambre y falta de gasolina. Pero de igual manera nadie quiere que los cuerpos represivos actúen sin rendir cuentas a nadie, al viejo estilo totalitario soviético.

 

Editorial de El Nacional

 

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