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Estados locos

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Estados locos


 
 
El término “Estados locos” fue acuñado por el profesor israelí Yehezkel Dror en su original e importante libro de 1971, Estados locos, un problema estratégico no convencional. Su definición de un Estado loco contiene cinco elementos: 1) tiene objetivos agresivos que afectan negativamente a otros; 2) despliega un compromiso crecientemente radical con esos objetivos; 3) exhibe un sentido de superioridad moral sobre los demás, a pesar de hallarse dispuesto a usar medios éticamente cuestionables para promover sus fines; 4) es capaz, no obstante lo anterior, de seleccionar medios racionales para adelantar sus objetivos; 5) posee instrumentos de acción, propios o mediante alianzas con otros actores políticos, para lograr que sus fines avancen.

 

 

Dicho de manera más sencilla, un Estado loco se comporta de manera incomprensible y reiteradamente sorpresiva frente a sus adversarios, representantes del estado de cosas vigente y presuntamente “natural”. Un Estado loco mina la confianza de sus adversarios mediante el constante desengaño de lo que estos últimos esperan que haga. En ese sentido, el régimen de Nicolás Maduro posee todos los principales rasgos que definen un Estado o actor político “loco”, y uno de los factores que más ha contribuido a su perdurabilidad ha sido y es su capacidad de subir la apuesta, de descolocar a sus adversarios, de confundirles y atontarles debido a su aptitud para frustrar las expectativas que se hacen.

 

 

Esta línea de conducta de parte de Chávez y luego de Maduro, sus aliados y secuaces, confundió por años a Washington, y todavía hoy desempeña un papel fundamental en el plano interno en Venezuela, rol que se manifiesta en la creencia aún existente en círculos opositores acerca de la probabilidad de salidas pacíficas, negociadas y electorales a la desoladora crisis del país. Nos referimos, desde luego, a aquellos círculos de oposición que asumen tal postura con honestidad, y no por oportunismo o subrepticia complicidad con el régimen.

 

 

Durante años, de su lado, Washington intentó buscar algún tipo de convivencia con el régimen chavista, y ni las estrechas alianzas con Cuba, Irán, China y Rusia fueron suficientes, hasta tiempos recientes, para abrir los ojos de los decisores políticos y militares estadounidenses, así como de numerosos académicos norteamericanos de izquierda moderada o simplemente ingenuos, adormecidos por el mito del buen salvaje latinoamericano.

 

 

Lo que tanto opositores internos al chavismo, como no pocos aliados de la democracia venezolana en el exterior, han tardado en entender (algunos todavía no lo logran), es que un Estado loco es lo que es y no otra cosa. Y repetimos, no es “loco” en un sentido psiquiátrico, aunque sus representantes en numerosas ocasiones “se hacen los locos” para confundir; es “loco” en un sentido estratégico y político, por su apego irrenunciable a sus fines y su disposición a subir la apuesta siempre.

 

 

Lo estamos viendo una vez más a través de la asociación del régimen de Maduro con el Irán de los Ayatolas, otro Estado loco que lleva décadas haciendo el mismo juego pero al que, como ocurre con el chavismo, se le acabó el tiempo, o pareciera ser así, del engaño impune. Al menos ello se aplica a Washington, donde las cosas han cambiado bastante con relación a Maduro y su régimen. No podemos afirmar lo mismo en lo que tiene que ver con ciertos sectores de la oposición venezolana, que todavía imaginan una racionalidad “normal” que en realidad no existe dentro del chavismo gobernante.

 

 

Maduro y el régimen que dirige, y que destruye a Venezuela a conciencia, está dando pasos que podrían conducir a una guerra en el Caribe. La alianza cada día más estrecha con Irán puede originar inimaginables complicaciones. Los ayatolas conforman un Estado loco tan herido y acosado como el que lidera Maduro, y la combinación de sus temeridades constituye un cuadro explosivo. En ese orden de ideas, y para lo que valga, advertimos una vez más, con la mejor de las intenciones, al sector castrense venezolano, a los que todavía hay en su seno con la capacidad de asimilar la magnitud de los peligros que se vienen perfilando para nuestro país. Les decimos: sepan ustedes que arriesgan una guerra de serias dimensiones y consecuencias, una guerra que de producirse acabará muy, muy mal. ¿Adivinan para quién?

 

 

 

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