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España comienza a reaccionar

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España comienza a reaccionar


 
 Las manifestaciones de protesta que se extienden por casi toda España, de acuerdo con los videos y testimonios que nos llegan, son tan nutridas como entusiastas. Decir que se caracterizan por un patente fervor no es, sin embargo, suficiente. Puede, además, percibirse una gran rabia y un profundo desengaño por parte de los que salen a las calles, dispuestos a expresar su repudio al gobierno de coalición entre socialistas (PSOE) y podemistas (Unidas Podemos). A estas dos organizaciones se adhieren, según las cambiantes circunstancias, grupos separatistas catalanes y vascos y hasta el partido Ciudadanos, que pretende ser de centro pero que en realidad carece de brújula.

 

 

La situación política y socioeconómica española es compleja, pero el curso de los eventos viene despejando legítimas interrogantes. En tal sentido, nos parece bastante claro que el verdadero objetivo político de la coalición, más allá de la bamboleante retórica de Pedro Sánchez, líder del PSOE, y de las incesantes simulaciones de Pablo Iglesias, líder de Podemos y maestro del engaño, no es otro que cambiar la naturaleza del régimen político concertado luego del fin de la dictadura franquista.

 

 

De acuerdo con la Constitución vigente, España tiene hoy un régimen de monarquía parlamentaria, una democracia sustentada en un cuidadoso balance de poderes, que por años ha logrado estabilidad y prosperidad para un país que necesitaba curar severas heridas. Es lamentable, pero pareciera que las conquistas de la democracia pactada luego del fin del franquismo no han bastado para reconciliar a una parte de la izquierda española con el estado de cosas existente. Lo que quieren es restaurar otra República y dejar de lado, para empezar, a la monarquía, una institución que ha sido fundamental en el marco de equilibrios que, creemos, mejor se ajusta a la historia, la sociología, la cultura y las tensiones de España.

 

 

En los días que corren ha sido claro el esfuerzo de numerosos medios de comunicación, controlados o influidos de modo decisivo por el gobierno, para empequeñecer, disminuir, opacar y en lo posible hacer desaparecer a los reyes del horizonte de la mirada pública, subestimando los esfuerzos que Felipe VI y su esposa han estado realizando para apoyar a los españoles, aportando ánimo, solidaridad y respuestas ante la crisis de la pandemia.

 

 

A lo anterior cabe señalar otros aspectos inquietantes. Por ejemplo, hay crecientes evidencias de los intentos organizados por Podemos, en especial, para intimidar y hasta actuar mediante la violencia contra los manifestantes de oposición, que ejercen su derecho a sonar sus cacerolas, reunirse a protestar en las calles, gritar desde sus balcones y salir en sus automóviles a recorrer las avenidas en largas y estruendosas caravanas. Estas últimas han acabado por descomponer los nervios de un gobierno que encuentra inevitable nadar en un mar de mentiras. Otros reportes, aún más graves, sugieren que la coalición Sánchez-Iglesias está procurando utilizar los organismos de seguridad del Estado, no solo la policía sino también los servicios secretos de inteligencia, para identificar, seguir, fichar y atemorizar a ciudadanos comunes y corrientes, debido a su militancia contra el gobierno.

 

 

Pablo Iglesias, entrenado como ha sido en las prácticas neocomunistas y totalitarias del chavismo que le ha financiado, no se ha frenado en el camino de proferir amenazas contra los que se le oponen, a él y a su movimiento, a pesar de ocupar una Vicepresidencia y de estar obligado, por ley, a servir a todos los españoles. Ante esto Pedro Sánchez, uno de los políticos más sinuosos e hipócritas que pueda concebirse, tolera y quizás estimula desde las sombras la conducta infame de sus aliados radicales de Podemos, a los que se añaden los separatistas que buscan con afán quebrar la unidad de España.

 

 

Sería un error imperdonable para los españoles subestimar lo que está pasando ante sus atónitos ojos. Al pueblo español se le advirtió con insistencia, en su momento, que el PSOE de Sánchez y Zapatero no es el PSOE de Felipe González, y que la alianza con Podemos y los separatistas tiene un significado de gran peso histórico, ideológico, político y simbólico, y los símbolos desempeñan un papel crucial en el imaginario colectivo. Lo que avanza hoy en España es otro experimento de obvia e innegable ruptura con el régimen constitucional, y los incesantes subterfugios y disimulos de Sánchez son insuficientes para ocultarlo.

 

 

Es por ello que las posiciones de los distintos grupos políticos vienen definiéndose con menos matices y más claridad; es por ello que ha nacido y crece un grupo de derecha nacionalista sin complejos como VOX; y es por ello que un partido como Ciudadanos, que intentó en el pasado ubicarse en un centro gelatinoso, se halla ahora enredado en mil contradicciones, navegando de una orilla a otra en permanente cercanía al naufragio definitivo.

 

 

No nos restan dudas sobre la responsabilidad primordial del PSOE de Zapatero-Sánchez en la deriva que vive España. No existe en el país, ni de lejos, un anhelo mayoritario de cambio de régimen o de fragmentación territorial. Los esfuerzos en esa dirección son producto de resentimientos históricos, que a estas alturas deberían estar superados, así como de la ideología radical alentada desde la América Latina y asumida con ceguera infinita por sectores de la izquierda española, que ni aprende ni olvida.

 

 

Del lado positivo, sumado al fervor de las protestas, leemos estos días en la prensa española aún independiente de las presiones del gobierno, editoriales y artículos que muestran una gradual toma de conciencia sobre la naturaleza y magnitud de las amenazas que acechan al país. Los demócratas españoles que aman su patria han comenzado a reaccionar.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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