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En manos policiales

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En manos policiales




Caer en las manos de los policías debe ser un hecho habitual que no produce complicaciones, sino todo lo contrario. Que un guardián del orden público se atraviese en el camino puede considerarse como una garantía de legalidad y como una alternativa cierta de resguardo y de tranquilidad individual y colectiva. Por eso las sociedades modernas y civilizadas les piden a sus gobiernos que aumenten la vigilancia de los agentes, que estén presentes cerca de sus domicilios y en los lugares de mayor concurrencia de personas. Se sienten tranquilas frente a la compañía de los gendarmes, sobre todo en estos agitados tiempos en los cuales el hampa se las ha arreglado para imponer su imperio.

 

 

Pero hablamos de sociedades apegadas a las normas establecidas por el Estado, debido a las cuales se ha suscrito, sin necesidad de que cada cual lo firme, un contrato social para que la gente no viva en la selva sino bajo el cobijo de una cohabitación que respeta y cuida sus derechos fundamentales y escucha sus quejas cuando las cosas no funcionan bien. Ejemplos de tales tipos de vivencias pueden encontrarse con apenas mirar hacia el vecindario latinoamericano, o con leer la prensa del extranjero, porque si miran lo que sucede frente a nuestros ojos no los van a encontrar ni con lupa. Sería como buscar una aguja en el pajar.

 

 

La conducta de los cuerpos policiales es uno de los problemas esenciales que deben soportar los ciudadanos venezolanos, y que no parece tener manera de arreglarse. Ni siquiera se atisba la posibilidad de su zurcido. ¿De dónde saca la dictadura a esos señores que se uniforman y tienen insignias de autoridad, y nos detienen en las alcabalas, o nos miran de reojo cuando viajamos en el bus o cuando nos atrevemos por las calles de ciudades y campos? No parecen hechuras de las academias en las cuales debían formarse, sino representaciones de lo más parecido a una caverna reñida con los principios de una sociabilidad morigerada.

 

 


No solo son la negación de los fundamentos de la civilidad que funciona en la mayoría de los países del universo, sino especialmente sus enemigos más decididos y ubicuos. Cuando están, cuando aparecen, vienen con todo contra las regulaciones de la república y contra las prerrogativas de los gobernados, contra las propiedades y contra la vida del viandante desprevenido y de las personas recogidas en sus hogares que pasan por el horrible trance de sus visitas. Son la representación de un desgobierno y de una dejación de las obligaciones del Estado con sus miembros, que debe considerarse como una característica fundamental de la usurpación que nos oprime. Es tan voluminosa su presencia, son tan ominosos e impunes los procederes de la policía venezolana, que no les falta razón a quienes los juzgan como una medida llevada a cabo a propósito por el usurpador.

 

Editorial de El Nacional

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