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En el sexo no hay que leer entre líneas

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En el sexo no hay que leer entre líneas

A todos nos pega la edad en algún momento. Hay a quienes les llega muy temprano y se ven forzados a madurar prematuramente, otros se resisten a hacerlo y extienden la agonía de crecer lo más que pueden.

 

 

 

En lo personal he aprendido que madurar no significa volverse infalible. Por desgracia, tampoco es hacerse más responsable —todavía no descifro a qué se deba, pero a mis cuarenta he cometido una mayor cantidad de imprudencias que cuando tenía veinte—. Para mí, madurar quiere decir dejarse de hacer pendejo. Insisto, en esta sencilla definición no están exentos los errores, mas sí el ignorarlos o, peor, tratar de justificarlos. Madurar es cobrar conciencia y actuar en consecuencia.

 

 

 

Además, la madurez no solo es un concepto individual. Si partimos del razonamiento anterior, dejarnos de hacer pendejos también es el camino para seguir aprendiendo sin importar la edad que tengamos y realizar los cambios necesarios para vivir mejor y ayudar a que otros también lo hagan. Por eso las sociedades “maduran” cuando dejan de desconocer las causas que les atañen a todos sus integrantes.

 

 

 

Dentro de estas, hay una muy importante en materia de ligue y seducción la cual hay que atacar de inmediato: el hablar entre líneas. Por años nos han enseñado que la conquista es un juego de estire y afloje. Un vaivén de mensajes confusos que son objeto de análisis e interpretación. Es cierto. Aunque parezca una contradicción, parte de lo divertido de conocer a una persona es la incertidumbre que nos provoca; el desconocer lo que siente o piensa de nosotros y especular ante ello. Buscar un equilibrio entre el deseo y la cordura. Lo desconocido genera curiosidad y, por ende, interés.

 

 

 

Sin embargo, hay una conducta nociva que aplasta los derechos de las personas y que se esconde detrás de esa perplejidad. Se trata de malinterpretar un mensaje bajo la excusa de que no fue lo suficientemente claro. Es cuando se comete un abuso y se solapa porque se había leído entre líneas.

 

 

 

Hace poco, por ejemplo, escuché un caso que me alarmó. Una chica se encontró con un conocido en una fiesta. Se echaron unos tragos, se la pasaron bien y decidieron seguir la fiesta en un antro. Cuando cerró el lugar ella no se quería ir a su casa todavía y él ofreció la suya para tomarse un último trago. Llegaron y se tomaron un último trago. También se enfrascaron en un arranque de besos y toqueteos. Al subir el asunto de tono, la chica le aclaró a su anfitrión que no quería tener relaciones sexuales y que prefería dejarlo en un faje estudiantil. Él aceptó como un caballero y le ofreció quedarse a dormir para que no tuviera que regresar sola en un taxi de madrugada. Ella también aceptó, pero volvió a aclarar su condición: “no quiero sexo”. Se acostaron y la chica cayó en un sueño profundo. De pronto sintió el pene del tipo penetrándola. Adormilada, insistió en que no quería sexo. Él no se detuvo. Ella brincó y arremetió contra él. La justificación del tipo fue absurda: “Si no querías sexo, ¿por qué te quedaste a dormir?”. La chica agarró sus cosas y terminó regresando sola —y violada— en un taxi de madrugada.

 

 

 

El hombre que abusó de la chica no necesita madurar, necesita estar en la cárcel y el resto de nosotros condenar ese tipo de actos. La seducción es un juego, pero la violación y el abuso no. Por favor, dejemos de hacernos pendejos. Hay una enorme diferencia entre descifrar lo que desea la persona que nos gusta y cometer una violación bajo el argumento de que “se estaba leyendo entre líneas”.

 

 

 

Fuente: GQ México

Por Confirmado: David Gallardo

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