En busca de dólares amarillos
septiembre 14, 2018 5:11 am

Cuentan los burócratas avezados que en aquellos momentos difíciles o dificultosos para un mandatario lo mejor es emprender una gira. Con ello se gana algo de tiempo, se baja la presión agresiva de la opinión pública y se maquillan las peligrosas grietas del rostro del gobierno. Claro un viaje presidencial no se prepara de un día para otro, ni los mandatarios de otros países disponen de tiempo libre para atender consultas y firmar acuerdos, ni tienen ganas ni disposición para arreglar los problemas económicos o políticos de otras naciones.

 

 

Pero en el preciso caso de China y su relación con la Venezuela bolivariana existe poco margen para escaparse por la puerta de atrás. La razón es complicada y sencilla a la vez pues como bien lo recordó ayer un despacho de prensa de la agencia AFP, “el gigante asiático tiene fuertes inversiones en petróleo y es el principal socio financiero de Venezuela, que ha recibido préstamos chinos por unos 50.000 millones de dólares en la última década”.

 

 

 

Además la Venezuela bolivariana y despilfarradora “adeuda aún unos 20.000 millones de dólares, cuyas condiciones de pago, flexibilizadas en 2016, podrían estar sobre la mesa en este viaje que no había sido anunciado previamente”. Razones es lo que sobra para este vuelo relámpago hasta Pekín, en especial porque en vista de la deuda casi infinita que Maduro insiste en hacer crecer irresponsablemente para desgracia de los venezolanos, no existe nadie más en el mundo capaz de prestar a un país que está al borde de un colapso anunciado y pronosticado de mil formas y maneras.

 

 

 

El gobierno chino sabe que tiene en sus manos a la cúpula civil y militar rojo rojita, que le basta con apretar un poco más la soga que le han puesto en el cuello a la revolución bolivariana para que se ciñan a sus mandatos, por muy duros que estos sean y por muy dañinos que signifiquen para la escasa calidad de vida de los sectores más pobres de la población.

 

 

 

La república china se encamina, y así lo han proclamado públicamente en los actos oficiales sus líderes, a ser una gran potencia industrial, militar y comercial. Quiere ser la potencia número uno del mundo y le han puesto fecha a ese objetivo. Para ello no escatimarán esfuerzos para alcanzar la categoría de potencia imperialista que controlará no solo su región sino también aquellas zonas donde se encuentren los minerales, las tierras de cultivo fuera de sus fronteras aptas para producir alimentos para su creciente población y, desde luego, mucho petróleo.

 

 

 

Para China la crisis económica provocada por la ineptitud de la camarilla gobernante venezolana le viene como anillo al dedo. Sus planes de expansión alrededor del mundo tienen, como es lógico, sus riesgos pero en el caso de nuestro país es pan comido.

 

 

 

La debilidad de nuestras instituciones democráticas concuerda con las restricciones que reinan en China, y ni qué decir en cuanto a satisfacer el urgente deseo de enriquecerse malamente que priva entre nuestros corruptos gobernantes. Se juntan pues el hambre con las ganas de comer. Lo trágico es que quienes tienen el deber de proteger a nuestro país solo se ocupan de llenar sus propios bolsillos.

 

 

Editorial de El Nacional