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Elecciones con sabor a nada

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Elecciones con sabor a nada

Aunque al gobierno de Nicolás Maduro no le agrade ni tampoco a su alter ego, la inefable señora Lucena, lo cierto es que estas supuestas elecciones no levantan ni un mal pensamiento, según una reducida encuesta llevada a cabo entre colegas periodistas que tienen tras de sí años de experiencia en estas lides.

 

 

Tampoco la gente de a pie, los ciudadanos del común, le encuentran un mínimo parecido a este enflaquecido jolgorio si se le compara con lo que anteriormente denominaban “campañas electorales”, en las que prevalecían marchas en las calles, mítines de cierre en las grandes avenidas de las capitales del interior del país y en Caracas, consignas a cual más ingeniosas o atractivas, jingles que animaban el fervor de los partidarios del candidato en cuestión o, como es lógico, enfurecían a sus adversarios.

 

 

Pero no todo se quedaba en alegría y entusiasmo, pues parte importante de la campaña lo constituían también los debates por televisión entre los principales candidatos, la presentación con suficiente anterioridad ante la opinión pública de los programas de gobierno destinados a su discusión y crítica. Todo ello se exponía en medio de batallas de opinión en las páginas de los principales diarios y programas de radio y televisión del país, animados por intelectuales y columnistas de lengua incisiva que no daban tregua a los adversarios.

 

 

No quedaban fuera de esta batalla cívica los gremios de maestros y profesores, las universidades y los colegios de profesionales egresados de nuestras casas de estudios, los militares retirados, las enfermeras y los técnicos en diferentes especialidades, las federaciones campesinas y los grandes y pequeños empresarios del agro, los comerciantes y los industriales. Y qué decir de los sindicatos, en especial los que agrupaban a los trabajadores petroleros, de la construcción, de las empresas de Guayana, del sector automotriz, de los trabajadores de los puertos y aeropuertos, de los transportistas y autobuseros, motores de grandes huelgas y protestas que pusieron en jaque a los gobiernos de turno.

 

 

La batalla electoral arropaba todo, desde Fedecámaras y Consecomercio hasta las principales centrales sindicales, como la Confederación de Trabajadores de Venezuela o, la más crítica, de los Trabajadores Unidos de Venezuela, con el veterano luchador Villegas, modesto e quebrantable, o la que inspiraba a los trabajadores socialcristianos, Codesa.

 

 

Recordemos además lo que significaba el Sindicato de Trabajadores de la Prensa y luego la AVP y su consecuencia gremial, el Colegio de Periodistas, que luego un traidor a la democracia vendió al chavismo por unas cuantas lentejas. ¿Y las federaciones de centros universitarios, paridoras múltiples de líderes y oradores, de diputados y senadores, de luchadores torturados y muertos por militares? ¿Y los poetas, los narradores, los artistas plásticos, los músicos, los teatreros y dramaturgos, los arquitectos  y los cineastas? ¿Dónde están en este velorio de la democracia que no los admite como protagonistas?

 

 

Estas elecciones saben a sopa fría, a carne sin sal, a verdura podrida, servida en la morgue de Bello Monte.

 

 

Editorial de El Nacional

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