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El peligro de los extremismos

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El peligro de los extremismos

Es normal que una situación como la que padece Venezuela no sea propicia para las medias tintas. Una sociedad asolada por la violencia, por carestías infinitas y por la ineptitud de la dictadura no puede orientarse hacia conductas comprensivas de la acción que se ha cebado contra ella. Las personas que no ven el arreglo de sus penas, sino todo lo contrario, son proclives a criticar sin clemencia no solo a quienes las producen, sino también a los que deben acabarlas o mitigarlas desde la oposición.

 

 

Las colas en los abastos, en los hospitales, en los bancos o en cualquier lugar al cual se acuda buscando servicios, son el micrófono a través del cual se comunica el veneno de las mayorías condenadas a situaciones de supervivencia, a calvarios inmerecidos frente a los que no queda más camino que levantar la voz en forma descomedida, o insultar a los causantes del rosario de penurias y, de vez en cuando, al vecino sufrido que está en la fila por los mismos motivos y que no tiene ninguna responsabilidad en lo que está sucediendo.

 

 

Sobran los motivos que explican el crecimiento de la intemperancia, pues, pero también las razones que deben pedir una reflexión sobre los males que produce. En medio de las colosales dificultades hace falta un comedimiento, también colosal, que impida el crecimiento de las corrientes oscuras que pueden salirse de cauce para arrasar con lo poco de convivencia civilizada que todavía nos queda. El límite entre el reproche desenfrenado y la observación equilibrada es muy frágil. Es un cristal que se puede romper para que entren ventarrones de arduo pronóstico.

 

 

Si los extremismos ya son un problema cuando alimentan los pareceres de la ciudadanía común, de las personas sufrientes y molientes, se hacen más perniciosos cuando habitan en la casa de la dirigencia política de oposición. Los líderes deben aferrarse a los matices, al descubrimiento y a la exposición de detalles que determinan los asuntos que deben abordar, para llegar a conclusiones que puedan ser admitidas buenamente por las mayorías. Los integrantes estas, aunque sean portavoces de entendimientos exagerados y generalmente extralimitados, esperan la iluminación que no sale de las opiniones tajantes, de los juicios temerarios, de la hoz que no para de cortar cabezas. Piden desenlaces urgentes y drásticos, pero no son tan tontos para suponer que saldrán de las cabezas que piensan como ellos.

 

 

El abordaje de los problemas y la sugerencia de soluciones han sido prudentes en las expresiones y en las decisiones del presidente Guaidó y del equipo que lo acompaña. Pero están circundadas por la cizaña de los extremistas y, además, no han podido introducir en la sensibilidad de la ciudadanía esa moderación que calcula los pasos con cautela y camina sin azoramiento hacia la meta. Dada la evidente multiplicación del extremismo en cierto elenco de dirigentes opositores, pero también en inmensas capas de la desesperada población, parece conveniente que el presidente y sus compañeros de la AN la analicen con la razonable pausa que hasta ahora se han tomado para convertirse en la esperanza de la sociedad frente a unos tormentos que invitan a darle una patada a la mesa.

 

 

Editorial de El Nacional

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