El naufragio
diciembre 14, 2020 5:25 am


 
 El responsable del destino de una embarcación, de que llegue a buen puerto, de que haga la travesía sin mayores contratiempos, es el capitán. Si toma malas decisiones e ignora cualquier agujero en el casco de la nave se hundirá sin remedio. Y solo él será el culpable de los muertos.

 

 

Cuando el nacido en Sabaneta llegó al poder, Venezuela era un buque inmenso que navegaba en aguas abiertas. El mar estaba picado, la travesía no era fácil, pero tenía los recursos, el capital humano, los marineros expertos, las máquinas a punto y el sistema de navegación en buenas condiciones.

Poco a poco este capitán comenzó a ocuparse de otras cosas, de soñar con imposibles, de pensar en su propio ego y se olvidó de los marineros, de la tripulación, de los motores, del casco y de los pasajeros. La nave comenzó a serpentear sin rumbo hasta que él murió.

 

 

Por instrucciones suyas (¿o de los Castro?, a estas alturas ya ni importa) el timón lo agarró su heredero y la medida más significativa que este ha tomado es ponerse el salvavidas y repartir los demás entre su familia y sus amigos. Los otros no importan.

 

 

Este capitán tiene sobre sus hombros cientos de muertos, a los que se suman los 19 que desgraciadamente se ahogaron en el mar Caribe. El que haya visto llegar este fin de semana a las costas de Güiria los cuerpos de estos venezolanos no lo olvidará jamás. Son personas que por desesperación se lanzaron al agua para escapar de la tragedia y encontraron la muerte.

 

 

El motivo de esa decisión, así como de la que han tomado millones de migrantes, no es otro que tratar de salvarse y ayudar a los suyos a sobrevivir, así de simple y cruda es esta realidad. El culpable es uno solo: el régimen que como un monstruo engulle todo cuanto ve a su paso, incluidos los venezolanos.

 

 

No hay manera de describir la situación que se vive en el país, pero si los ciudadanos se arriesgan para escapar es porque se trata de una cuestión de vida o muerte.

 

 

Cada uno de los que murieron en estos naufragios se fue con la esperanza de un mejor futuro. Y es como si el capitán que lleva el timón de Venezuela los hubiera lanzado por la borda. Esa culpa a cualquiera por lo menos le quitaría el sueño, pero los jefes rojitos ni siquiera son capaces de enviar condolencias, de abrir una investigación, como si no fuera con ellos.

 

 

Pero a cada venezolano se le abre otro hueco en el alma. Cada muerto pesa en el corazón, así como cada niño desnutrido, cada anciano abandonado, cada madre sola.

 

 

Los maduristas hicieron encallar el buque que era Venezuela, pero no podemos aceptar que sigan muriendo los venezolanos. Es imperativo salvar vidas.

 

Editorial de El Nacional