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El Nacional como universidad

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El Nacional como universidad


El capitán Cabello vuelve con su amenaza de convertir la sede de El Nacional en una universidad de periodismo, como si estuviera seguro de la sentencia judicial que permitirá que el periódico pase a sus ilustres manos; o, mucho peor, como si tuviera la mínima autoridad, moral y académica, para crear cátedras de equilibrio informativo y de servicio a los lectores como las que su intrepidez acaricia.

 

 

Pero hoy tiene un nuevo motivo para insistir en su insólita pretensión, debido a cómo nuestra sede no solo ha cumplido con su labor de respetar a la opinión pública y de cubrir con puntualidad los sucesos del momento, sino también de acoger en su seno al presidente de la AN legítima y a la mayoría de los representantes del pueblo acosados por la usurpación bananera que, por desdicha, hizo de las suyas en el Capitolio Federal para imponer una directiva peregrina y delincuencial.

 

 

Si nos hemos comprometido aquí a cumplir con la obligación de transmitir informaciones confiables y opiniones autónomas sobre la crisis venezolana, ahora, al recibir en el edificio que nos alberga al presidente Guaidó perseguido por los esbirros y a los diputados que lo apoyan en medio de un acoso inmisericorde, aumentamos ante la vista de la sociedad toda un compromiso evidente con la legalidad republicana y con las fuerzas democráticas que buscan su resguardo y su continuidad.

 

 

No hemos hecho pacto con una facción, ni acuerdos con unas figuras determinadas y conocidas de la vida política, sino únicamente una demostración de apego a la Constitución hollada por el autoritarismo más grosero, un acatamiento público del republicanismo para que no se pierda en el agujero de la barbarie cuando trata de nuevo de conducirlo al cementerio.

 

 
 

El republicanismo y sus frutos primordiales –la libertad y la democracia– no irán al cementerio si El Nacional puede impedirlo. Será el reducto de quienes lo representan, no solo al hacer el trabajo que viene llevando a cabo en sus páginas contra la arbitrariedad y contra la ilegalidad de la usurpación, sino también, como acaba de hacer, sirviéndoles de domicilio. Tal vez cumpla así con las labores universitarias que pululan en la mente del capitán Cabello:  ser actividad intelectual y, a la vez, aposento material de valores fundamentales que la sociedad ha buscado desde los tiempos de la Independencia, o desde la fundación del Estado nacional.

 

 

El capitán pugna por valores antípodas, naturalmente, y piensa en nuestra casa de Los Cortijos para formar a sus discípulos, es decir, a sus secuaces, y ahora tiene motivos de mayor envergadura para culminar su insólito plan de pedagogía “revolucionaria”.

 

 

De lo cual se deduce que El Nacional no tiembla ante las pretensiones de un mandarín, sino todo lo contrario. Mientras cumpla con su obligación de defender los principios esenciales del republicanismo, cada vez más amenazado por designios bananeros como los  que encarna el individuo que se quiere arrogar la función de maestro en comunicología  y de pronosticador de sentencias, no habrá manera de detenerlo. De eso pueden tener seguridad los lectores, pero también los perseguidores.

 

Editorial de El Nacional

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