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El miedo de AMLO

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El miedo de AMLO


   
Lo que pasó el jueves en Culiacán fue de novela, por lo dramático. Fue también de película, por lo sorprendentemente violento. Pero las consecuencias de ese hecho son de tragedia griega, porque el mensaje que le quedó claro a la población es que están solos ante el crimen de los carteles de la droga.

 

 

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho claramente que quiere evitar el derramamiento de sangre. “No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas… Nosotros no queremos muertos, no queremos la guerra”, dijo luego de que el hijo del Chapo fuera liberado.

 

 

Pero de acuerdo con los despachos de las agencias de noticias, el espectacular rescate de Ovidio Guzmán es algo común. Culiacán vivió doce horas de terror supuestamente porque una brigada militar tomó la iniciativa de detener al hijo del narcotraficante. La Secretaría Nacional de Defensa reprendió a los oficiales que hicieron el arresto. El gobierno se disculpó por tamaña osadía.

 

 

También se excusa el cártel, a través de su abogado. Tienen la desfachatez de asegurar que se encargarán hasta económicamente de los gastos que tenga que hacer la familia del fallecido.

 

 
 

Lo cierto es que el Estado cede terreno al narcotráfico de manera evidente y a plena luz del día. Regiones como Jalisco, Michoacán, Sinaloa, tienen pueblos completos a manos de los carteles. La gente sabe que no puede acudir a la policía. Muchos ya van directamente hasta los capos cuando necesitan algo.

 

 

Con las declaraciones del presidente, todos los cuerpos de seguridad del Estado ya saben que no vale la pena actuar en contra del crimen organizado pues es mejor evitar enfrentamientos.

 

 

Con la excusa de no provocar derramamientos de sangre, muchos mexicanos viven bajo el régimen de los grupos de narcotraficantes y rezan diariamente para no verse en el medio de una guerra entre los diferentes carteles.

Se ha conocido incluso que para evitar que el cártel de Jalisco se meta en el fronterizo estado de Michoacán, en donde funciona un grupo rival, la policía resguarda las carreteras conjuntamente con los “vigilantes” de los narcotraficantes.

 
 

Lo que le queda a la gente es confiar en que su pueblo sea tomado por criminales benevolentes que no quieran hacerles daño. Porque es usual que secuestren civiles, los extorsionen y les hagan la vida imposible.

 

 

El narcotráfico en México se está convirtiendo en un Estado dentro de un Estado. Lo que es peor, con protección del Estado mismo. Ya los carteles no solo extienden sus garras en pueblitos y zonas rurales, sino que se acercan y manejan ciudades enteras.

 

 

Es lo peor que les puede pasar. Ojalá los gobernantes se vean en el espejo venezolano.

 

Editorial de El Nacional

 

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