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El mediador desacreditado

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El mediador desacreditado

 

Los mediadores se buscan cuando dos fuerzas en pugna necesitan un auxilio confiable, una voz que pueda ser oída  y  aceptada por los contrincantes después de pesar los beneficios de quien pretende la conclusión de la querella tratando de que predomine el equilibrio. Por consiguiente, los mediadores deben contar con la confianza de quienes, como  no han podido llegar a un acuerdo, esperan encontrarlo en la temperancia de la persona que han escogido para hacer las paces.

 

 

 

Pero son dos las partes que buscan y requieren esa confianza, en el entendido de que jamás el mediador tomará partido por una de las banderías en perjuicio de la otra. De lo contrario, el mediador deja de serlo para convertirse en compañero de una de las parcialidades y en rival de la otra; es decir, en actor de una lamentable y estéril pantomima.

 

 

 

Se ofrece esta breve reflexión después de escuchar las recientes declaraciones del ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez  Zapatero, quien se ha mostrado como mediador de la política venezolana o a quien han presentado como acreditado componedor de entuertos.

 

 

 

Ante el serio problema de las migraciones masivas de venezolanos, ha llegado al extremo de librar a la dictadura de la responsabilidad que tiene en las gigantescas movilizaciones de seres humanos cuya estampida busca la sobrevivencia en el extranjero. El éxodo se debe a presiones foráneas, se ha atrevido a afirmar; los intereses financieros que se ponen en marcha desde el exterior son el motivo de un suceso en el cual no advierte, ni por asomo, la responsabilidad del régimen, es decir, de la fuerza que realmente lo provoca.

 

 

 

Se está ante un problema realmente complicado, pero también sencillo de diagnosticar para un observador ecuánime, pero el estadista importado de la península solo pone los ojos en elementos externos mientras le hace un quite pinturero a sus domésticos parteros.

 

 

 

Si ya es habitual que el señor Rodríguez Zapatero pose sus plantas en Miraflores como un miembro más de los que allí habitan, o se explaye en tenidas generosas con los hermanos del mismo apellido que se exhiben como voceros de la dictadura y como sus más aguerridos soldados, las declaraciones que hoy comentamos solo son la guinda del pavo; es decir, la confirmación indiscutible de una parcialidad nacida de la costumbre de una cálida intimidad,  la declaración de exclusivo amor a una sola princesa que deja a la otra  íngrima y  triste  en la puerta de la iglesia.

 

 

 

Quizá por tan evidente ostentación de unilateralidad, el ministro de Exteriores español se apresuró a aclarar que el Rodríguez de allá que hace vida con los Rodríguez de aquí  lleva a cabo su “mediación” a título personal, sin instrucciones ni sugerencias salidas del Palacio de la Moncloa.

 

 

 

Pero ¿lo que se observa y juzga desde Moncloa no es apreciado por los dirigentes de la oposición venezolana? ¿Si llega hasta ultramar el tufo de una entrega descarada, no advierten ellos la cercana fetidez?  Una precaución mínima, o la vergüenza de no quedar como idiotas, deben acabar con la farsa del mediador más desacreditado de la historia patria.

 

 

Editorial de El Nacional

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