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El holandés misterioso

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El holandés misterioso

 

El crítico alemán Werner Helwig fue uno de los 10 autores que se aventuró en la creación del Club Mundial de los Indiscretos, especie de cadáver exquisito policial en el que cada uno de los participantes noveló un capítulo conociendo solo el anterior. En una de las páginas que le correspondieron se puede leer: “Mentimos cuando queremos mostrarnos veraces y somos especialmente veraces cuando mentimos”.

 

 

La frase viene hoy a colación a propósito de una afirmación del señor Maduro en la que dice ser descendiente de holandeses para –como se dijo en las redes sociales– “picarle el ojo a los judíos”, una comunidad especialmente repudiada por el chavismo radical cuando el régimen inició sus coqueteos con el fanatismo islámico.

 

 

Hay oportunismo en ese guiño, pues el apelativo del magullado heredero tiene probadas raíces en la judería hispana y figura en la lista de los 5.000 apellidos  que publicó España para dar la ciudadanía a descendientes de sefardíes, reparación con la que, con ocasión del quinto centenario del Descubrimiento,  se procuraba subsanar la expulsión masiva de judíos de 1492, muchos de los cuales fueron a parar a Ámsterdam, la Nueva Jerusalén.

 

 

También en esa lista aparece Moros, de modo que el señor Maduro Moros podría alardear de su doble genealogía castiza, lo cual –dadas las circunstancias y lo tensas que están las relaciones con un país que, por voluntad del astro comandante eterno, dejó de ser madre patria– no parece convenir a quien anda buscando la vía más apropiada para distanciarse de la génesis colombiana que se le presume y así justificar la desmedida reacción ante un incidente fronterizo que le llevó a declarar un estrambótico estado de excepción. Para muchos, se estaría ensayando con premeditados e inconvenientes conflictos una situación que sirva de excusa al aplazamiento –quién sabe si hasta nunca– de los comicios  parlamentarios.

 

 

Cuatro son las acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española asigna al verbo errar. Curiosamente todas le calzan, como zapato a la medida, a Nicolás. La primera, “no acertar”, nos remite a las desatinadas cuentas que el susodicho enhebra en su rosario de equivocaciones; la segunda (en desuso), “no cumplir con lo que se debe”, en el caso que nos ocupa tiene carácter axiomático y no requiere demostración; la tercera, “andar vagando de una parte a otra”, podría aplicarse a la inutilidad, en términos de logros, de sus largos y costosos viajes. Y la última, la hace sinónimo de “divagar”, a lo que de continuo se dedica en esas aburridas, reiteradas y encadenadas apariciones mediáticas en las que se insertan secuencias de Aló, Presidente para que se le vea al lado del paracaidista, una manera de recordarnos que “el elegido fui yo”.

 

 

Son cuatro las maneras de pifiar y desvariar que distinguen al mandón y podrían ser pábulo para que un humorista lo caracterice como distinguido miembro del Club Mundial de los Indiscretos y lo bautice como “el holandés errante”.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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