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El esmoquin de Iglesias

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El esmoquin de Iglesias

NADA TENGO contra que Pablo Iglesias vaya de esmoquin a la gala de los Goya mientras que acude a las recepciones del Rey en mangas de camisa. Esto está muy bien porque supone una declaración de igualitarismo. Uno tiene que mostrarse como es ante los poderosos al igual que lo hacían los ‘sans culottes’ cuando reivindicaban sus derechos frente a Luis XVI.

 

 

Pero lo que me llama la atención es el camaleonismo del líder de Podemos para complacer a los actores. Iglesias exalta su diferencia en el acto de constitución del Congreso con numerosos gestos de repudio a la tradición, pero se asimila cuidadosamente al entorno en los Goya, aceptando ponerse el uniforme que le iguala al colectivo.

 

 

No faltará quien me reproche que estoy elevando una anécdota al reino de la categoría, pero creo que la personalidad de un líder se percibe mucho más en los gestos cotidianos que en los grandes discursos en la tribuna del Parlamento.

 

 

El carácter de Napoléon sale a relucir cuando deja caer un pañuelo para que se lo recoja Talleyrand o el de Heydrich cuando interpreta a Bach tras haber firmado el asesinato de cientos de familias judías. Pues bien, Iglesias saca su alma de pequeño burgués cuando se transmuta en lo que no es para acceder a un mundo que no es el suyo. Este hombre que tanto domina la cultura de lo audiovisual y que ha hecho de la política un espectáculo, se ha dejado perder no por su vanidad sino por su afán de complacer a quien probablemente admira, a aquellos que les gustaría rendir a su causa.

 

 

Iglesias ha incurrido en un pecado venial, pero al hacerlo ha demostrado que es humano, demasiado humano, lo cual no empequeñece sus cualidades como líder, que, a mi juicio, las tiene.

 

 

Iglesias hubiera dado el golpe si se hubiera presentado a la gala vestido como un menesteroso frente a tanto glamour, pero ha preferido renunciar a ser como es él para difuminarse en un mundo lleno de pompa y vanidad, donde lo que prima es el parecer sobre el ser. Eso apunta a una debilidad que hubiera escandalizado aRobespierre, siempre tan pulcro y modesto en las apariencias y siempre marcando las distancias con la aristocracia a la que quería guillotinar. Estéticamente, no se puede ser revolucionario e ir de esmoquin. Eso nos hubiera horrorizado a los que tirábamos piedras a los grises a principios de los años 70 cuando vestíamos un uniforme más digno: la trenca y los vaqueros.

 

 

A lo peor Iglesias aparece en los libros de Historia en el futuro ataviado con este esmoquin y haciéndose un ‘selfie’ con una dama de traje largo con un anillo con diamantes de Tiffany’s. Eso sí que nos rompería todos los esquemas.

 

 

Que no se apuren sus partidarios porque esta columna es una broma o, mejor, un esperpento. El problema es que a veces la realidad se refleja mucho mejor en clave de humor que en análisis metafísicos y me parece que éste es el caso. El esmoquin no es una provocación, es una declaración de principios. La otra noche vimos al Pablo Iglesias auténtico porque su verdadero disfraz es vestir en mangas de camisa.

 

Fuente: El Mundo.es
PEDRO G. CUARTANGO

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