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El diálogo y la represión

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El diálogo y la represión

 

Esta semana ha sido pródiga en sorpresas no sólo porque la MUD terminó por entender que la gente estaba harta de dar palos de ciego en la mesa de diálogo y que, ante cualquier tipo de acercamiento con el gobierno de Maduro, lo prudente era no prestarse ingenuamente a servir como anestesia barata para los males que el mismo mandatario rojito ha provocado con su reiterada ineptitud al frente de los asuntos públicos.

 

 

 

Que se reestructure la MUD y que se planteen negociaciones con el gobierno son problemas urgentes pero no por ello deben llevarse con ligereza e improvisación tal como ha ocurrido. Existe un amplio margen de maniobras que puede ser utilizado sin bajar la guardia, en el entendimiento de que el oficialismo enviará a esos encuentros a su vanguardia más perversa, corrupta y tramposa, como ha quedado firmemente demostrado en estas semanas que hemos dejado atrás con más pesimismo que esperanzas.

 

 

 

Las nuevas luchas deberían plantearse en varios frentes, de acuerdo con las circunstancias políticas favorables, con las debilidades internas que el oficialismo no ha logrado ocultar y las coyunturas económicas que nunca se han aprovechado acertadamente y que, de manera incesante, juegan a favor de los sectores de la oposición sin que se le saque el provecho debido, permitiendo de esa manera que el oficialismo se recupere en el corto plazo amparándose en el uso de sus artificios populistas de poco efecto, pero que funcionan en los momentos más álgidos de esta larga y recurrente crisis.

 

 

 

Paralelamente al juego político, el oficialismo se mueve sin mayores cautelas en el ámbito del terror, en la aplicación sectorial de sus instrumentos de represión y en el encarcelamiento y tortura de los líderes de la oposición.

 

 

 

Si este gobierno se declara el día de mañana, sin ir muy lejos, abierta y francamente como una dictadura habría poco que cambiar en sus procederes policiales y en su comportamiento militar de represión, porque ya es tan escandalosa, frecuente e incisiva la violación de los derechos humanos que no turba ni causa escalofríos sino a escasos sectores del oficialismo que, por su pasado de lucha armada en la mal llamada cuarta república, saben lo que es sufrir un allanamiento a medianoche, los maltratos de parte de los cuerpos de seguridad, el traslado a celdas inhóspitas y los interrogatorios y las torturas a cada rato.

 

 

 

 

En este momento de oscuridad y temor, de silencio y miedo en los hogares de los venezolanos que no son del PSUV, pocas voces se levantan contra esta oleada represiva. Ni siquiera los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, cuyo padre fue torturado y asesinado por la policía política de la época, se atreven a hablar a favor de quienes hoy reciben el mismo trato inhumano y fétido de la represión socialista. Un muro de silencio, de odio y de venganza apaga sus conciencias y les permite hacer empatía con torturadores y carceleros.

 

 

 

Después de las masacres de Barlovento y de Cariaco cometidas presuntamente por integrantes de la Fuerza Armada Bolivariana que ya están en prisión, la Defensoría del Pueblo y la fiscal general Luisa Ortega Díaz han reivindicado la potestad civil para investigar estos crímenes. Ese es el camino.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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