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El derecho al cadáver

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El derecho al cadáver

Ya es conocido por todos los venezolanos que la Constitución garantiza el derecho a la vida, aunque en los últimos 20 años ese derecho ha sido irrespetado de la manera más grosera tanto por los numerosos cuerpos policiales como por la Guardia Nacional Bolivariana.

 

 

 

A cada momento el ciudadano se sobresalta cuando desde cualquier esquina o sencillamente por las calles y autopistas surgen, a toda velocidad, las fuerzas del orden (o del desorden) armadas hasta los dientes y dispuestas a convertir al transeúnte en un cadáver más de los tantos que suma la violencia urbana en Venezuela. Este trajín diario ha hecho de los policías y de los guardias bolivarianos otro peligro más de los tantos que corre un ciudadano cuando abandona la tranquilidad de su hogar y sale a trabajar. ¿Volveré con vida a mi casa? ¿Me llevarán preso o me trasladarán malherido a un hospital donde ya no curan sino que le dejan a uno tirado a su suerte hasta que llega la muerte?

 

 

 

Todas estas preguntas se las hace hoy un venezolano como un ritual decisivo, diario e inevitable. Y esta semana con más razón, cuando hemos sufrido y seguimos sufriendo un episodio de venganza y muerte dirigido por las poderosas fuerzas de represión del Estado. Si alguien tenía alguna duda sobre el carácter no solo violento sino también violador del derecho a la vida por parte del régimen bolivariano, pues, en verdad, ya es hora de que deje sus esperanzas en el maletero de su edificio.

 

 

 

Por más explicaciones que se saquen de la manga los jefes del oficialismo, jamás podrán limpiar el error y la crueldad del acto cometido, ante los ojos del mundo, al asesinar a un pequeño grupo de adversarios gravemente heridos y, para más deshonra, públicamente rendidos ante el ataque avasallante de las fuerzas superiores del gobierno madurista.

 

 

 

¿No les bastó con haber ganado la batalla, con coronar sus pesquisas con la acertada ubicación de los integrantes de la Resistencia? ¿No era acaso un triunfo mayor para el ego de Nicolás, para los ministros que conducen la vigilancia y garantizan el orden bolivariano? ¿Por qué dar otros pasos crueles e innecesarios que solo colocaban al descubierto las despreciables intenciones de cobrar a sangre y fuego el acto de rebelión de un grupo de jóvenes, por lo demás insuficientes en número y armamentos como para hacer peligrar la estabilidad de la renqueante república bolivariana de Venezuela?

 

 

 

Si la revolución está en peligro no será precisamente por la lucha de casi una decena de jóvenes arrojados y entregados a sus ideales de libertad y democracia. Si como alega el señor Maduro vivimos en el mayor de los mundos posibles gracias al socialismo del siglo XXI, resulta inconcebible que dentro de esa felicidad general en que vive el pueblo venezolano no pueda haber lugar para la disidencia. La prepotencia política siempre anticipa una rebeldía.

 

 

 

Lo absurdo y lo inaceptable es que luego de la muerte de alguien que gallardamente y en minoría se atrevió a rebelarse ante unas fuerzas tan poderosas, hoy se trate de esconder su cadáver alentando un culto que solo debilita al gobierno, a la vez que prolonga el dolor de sus familiares ya de por sí humillados y ofendidos.

 

 

Editorial de El Nacional

 

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