La palabra ‘latro’ se deriva del verbo ‘latrocinare’ que significaba “servir en el ejército”, sin embargo, en contradicción con sus funciones, algunos de estos soldados tenían lo que se conoce como manos largas, guantes de seda o -en criollo- eran amigos de lo ajeno, y de vez en cuando robaban algunas de las mercancías o reliquias que vigilaban.
Años más tarde, con la desaparición del Imperio romano, la paga de los ‘latros’ o ‘latronis’, comenzó a demorarse, a reducirse, hasta el punto en que sencillamente no llegó más; lo que ocasionó que estos asalariados, quienes por su condición de soldados tenían el derecho a portar armas, se convirtieran en ladrones, estafadores, rateros, entre otros adjetivos similares, transformando el concepto antiguo de ladrón al que actualmente conocemos.
Es así como un vocablo que en sus orígenes era sinónimo de respeto, admiración, distinción y clase, entre la sociedad romana, se transformó, evolucionó –y no de manera muy positiva- en lo que hoy conocemos como una persona que hurta, roba, y en ocasiones se vale de su picardía para estafar y despojar de sus pertenencias a quienes no tienen la malicia o mecanismos de defensa para identificarlos con antelación, denigrando así, el concepto o significado original de esta palabra.