El chavismo es un zombi
mayo 21, 2020 8:27 am


 
 
Un zombi es un muerto viviente. Es capaz de asustar, de generar pánico a veces; es capaz de destruir y también de matar, pero por paradójico que parezca los zombis están muertos. Atemorizan, destruyen y matan, pero están muertos. Su alma está muerta y su cuerpo está podrido. En particular su corazón y su cerebro, los órganos centrales de la vida. Se mueven por inercia y hacia adelante les empujan ansias de muerte.

 

 

A diferencia del peronismo y el castrismo, que son también zombis, el chavismo no logró prolongar su vida real, efectiva y generadora de fervor. Como movimientos políticos y esperanzas quiméricas, peronismo y castrismo sobrevivieron por largo tiempo. El primero todavía hace ruido, debido a la extensa cadena de torpezas de sus adversarios. Pero el peronismo es una consigna vacía, un sueño que se repite incesantemente como pesadilla, la fantasía de un pueblo aferrado a la imagen carismática de una mujer excepcional. El peronismo es un musical, es Evita. En cuanto al castrismo, es un zombi terrible pero zombi al fin y al cabo. Se sostiene mediante la fuerza sobre una montaña de ilusiones perdidas. Su muerte es un hecho, pero vive como zombi.

 

 

El zombi chavista siempre ha estado vinculado a la muerte, y su actual descenso al abismo está marcado de manera indeleble por la muerte. Para el chavismo el pueblo es un estorbo. 5 o 6 millones de venezolanos han huido del país, aterrorizados por el zombi que les robó el oxígeno vital, pero esos millones de exiliados no son suficientes. A los que se han quedado jamás se les convocará a pronunciarse sobre el régimen. ¿Elecciones limpias y transparentes? Imposible. Todo síntoma real de vida democrática es visto con horror por el zombi chavista. La vida es un veneno para el zombi, en especial la vida democrática.

 

 

No queda en el chavismo el más mínimo rastro de fervor, de convicción profunda, de entusiasmo legítimo, de apego a una esperanza redentora o a una pasión genuina. Lo que resta es la amenaza, la represión, el odio, la violencia ejercida abierta o soterradamente contra una sociedad a la que se aspira arrodillar de manera definitiva, doblegar y aplastar sin remedio. No lo han logrado; han avanzado en su propósito, sin duda, pero no lo han logrado.

 

 

Maduro no es Perón, no es Fidel Castro, ni siquiera es Evo Morales. La ausencia de carisma es el signo definitorio de Nicolás Maduro, su marca de fábrica, su inevitable emblema. Lo que ocurre, sin embargo, es que los zombis son muy peligrosos, aún sin carisma. Ante la realidad palpable del fracaso más absoluto, del repudio generalizado de un pueblo oprimido, de la mezquindad de aliados que persisten en cobrarse cada gesto de apoyo al régimen en petróleo o en oro, aumenta la sed destructora del zombi chavista.

 

 

No hay ideología, no hay mensaje, no existe creencia persuasiva alguna. El socialismo del siglo XXI es el símbolo irrisorio de malgastadas energías y ambiciones aniquiladoras. Por ello se desata en estos tiempos y sin frenos la pulsión de muerte, se acrecienta la voluntad de pasar facturas, en especial al pueblo, que solo oculta a duras penas su inextinguible rencor hacia el zombi que le intimida, le humilla y le mata.

 

 

No hay una sola Evita en el chavismo, ni real ni potencial. Es imposible que pueda haberla, pues no hay ni una gota de fervor en ese pozo seco. Nada queda del chavismo sino el más rotundo fracaso.

 

 

¿Hasta cuándo deambulará el zombi por tierras venezolanas, maldiciendo y triturando la vida de todo cuanto toca?

 

 

¿Hasta cuándo?

 

Editorial de El Nacional