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El chavismo desfiló en la OEA

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El chavismo desfiló en la OEA

Fue la gran pasarela para la muestra del horror venezolano. No pudo tener mejor debut en el teatro hemisférico de la ignominia. Jamás se había presenciado un desnudo tan atrevido, tan impúdico y libre de prejuicios, del monstruo que nos oprime. Fue la ostentación de la crueldad llevada a su tamaño más grosero, de la frialdad calculada que no se advierte en los discursos de los diplomáticos chavistas que se han pavoneado por la escena internacional, ni en las poses de un pomposo canciller de repetición con pretensiones aristocráticas, ni en los clichés del pobre embajador que reclama libertad de tránsito para que la comunidad panamericana tenga la idea de que existe y de que sirve para alguna gestión útil al prójimo.

 

 

Ahora sabemos lo que se oculta tras el sueldo de los servidores de la Casa Amarilla, lo que se guarda en la trastienda de su obsecuencia, lo que no se observa a primera vista de la atrocidad que representan. La evidencia presentada ante la OEA sobre los delitos de tortura y sevicia que han servido para el apuntalamiento de la dictadura en cuya cabeza se encuentra Nicolás Maduro, constituyen un capítulo de excepción en la historia de las fechorías que merecen castigo severo y execración universal.

 

 

No basta que se tenga conocimiento de los suplicios que la dictadura infringe a su pueblo. Sirven para causar la parálisis de la ciudadanía y para que las víctimas guarden silencio por el dolor que reciben y aun por la proximidad real de la muerte. Nadie con uso de razón desconoce las atrocidades del chavismo porque las ha vivido en carne propia, o porque los esbirros las han cometido con personas de sus círculos más cercanos, o, especialmente, porque el régimen no se ha preocupado por su ocultación. Pudiera afirmarse, entonces, que nada nuevo se vio en la sesión de la OEA en la cual se desveló el capítulo de las vejaciones y los suplicios ordenados por el chavismo y por el usurpador que actualmente lo representa; que apenas se llovió sobre mojado. Sin embargo, no es así en términos absolutos.

 

 

La persecución de ese tipo de atrocidades no depende solamente de que se ventilen en una tribuna tan significativa como la OEA. Hace falta que se presenten evidencias concretas de que han sucedido y de que se repiten sin solución de continuidad. Fue exactamente lo que sucedió en la sesión que ahora comentamos. Las vejaciones y las torturas fueron documentadas. Los espectadores fueron trasladados a las ergástulas para que presenciaran directamente el martirio de los cautivos.

 

 

Sin necesidad de que alguien lo relatara, sin el puente de un heraldo que narra desde la distancia, se vio la humillación de las personas con nombre y apellido que son víctimas de suplicio reiterado e impune. No hubo testigos de por medio, que pueden abultar o distorsionar las escenas que son el objeto de su comentario, porque un valiente tuvo la osadía de captarlas directamente para presentarlas después sin afeites ni añadidos, tal y como ocurrieron.

 

 

Para calibrar la importancia del suceso, y para pensar en cómo puede poner a Maduro en un aprieto supremo, debe saber el lector que hasta ahora no se ha acusado con éxito a la tiranía cubana de atentados contra los derechos humanos por la carencia de pruebas concretas, por la falta de documentos incontestables sobre su perpetración. De allí la trascendencia del desfile de las infamias chavistas sucedido en la OEA, capaz de sentar al usurpador en el banquillo con fundamentos de sobra.

 

 

 Editorial de El Nacional

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