El arsenal demócrata para derrotar a Donald Trump en 2020
febrero 10, 2019 10:32 am

Queda un año para que se celebren las primarias de Iowa, con las que comienza la carrera electoral de Estados Unidos. ¿Es mucho? En realidad, no. De hecho, el representante demócrata por Maryland John Delaney ya anunció su candidatura en julio. Tras él han ido otros candidatos sin posibilidades, como la también congresista Tulsi Gabbard o Pete Buttigieg, alcalde de la ciudad de South Bend, en Indiana, que apenas tiene 101.000 habitantes. El senador de Nueva Jersey Cory Booker, un afroamericano al que muchos vieron como sucesor de Barack Obama en su día, pero cuya popularidad se ha desplomado, ha sido el último en entrar en liza.

Y ahora están empezando a llegar los pesos pesados. A esa categoría pertenecen Harris, Gillibrand, y Warren, que ya han anunciado Comités Exploratorios para entrar en campaña (Warren, ayer mismo). Ésa es una fórmula que se emplea porque esos Comités pueden recaudar fondos para una «posible» campaña pero sin tener que divulgar de dónde viene el dinero. Los favoritos de las encuestas – Joe Biden y Bernie Sanders – están a punto de anunciar si entran – lo que parece probable – o no. Y aún quedan más candidatos, como el alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti, o la senadora por Minnesota Amy Klobuchar. Todo ello por no hablar de los multimillonarios, como el ex presidente de Starbucks, Howard Schultz, o de los republicanos anti-Trump, que también preparan una o dos candidaturas. Lo que sigue es un breve repaso a los principales candidatos demócratas para 2020.

Joe Biden (Pennsylvania, 1942)

El ex vicepresidente, ex senador y ex candidato es, de lejos, el demócrata más popular entre los votantes, con un respaldo del 17%, es decir, cinco puntos más que su más cercano seguidor, Bernie Sanders. Todo el mundo le conoce. Es el único demócrata, con la excepción de Sherrod Brown, que tiene tirón entre la clase obrera y media blanca que en 2016 le dio la Casa Blanca a Trump. También tiene respaldo entre los afroamericanos. Ya hasta cae bien a los millennials, la generación de entre 20 y 40 años que nadie sabe muy bien cómo movilizar para que vote, y que le convirtió en protagonista de infinitos memes en el segundo mandato de Obama. Su historia personal, marcada por la trágica muerte de dos de sus hijos, tiene gancho. Biden es bueno debatiendo, y parece el único político capaz de hacer frente a los insultos de Donald Trump y devolverle los golpes. Y está bien visto por el ‘establishment’ del Partido Demócrata, los sindicatos, las empresas y Wall Street.

 

Es la cuadratura del círculo. Así que, ¿qué podría ir mal? Todo. Empezando por la biología. Biden es tres años y medio mayor que Trump, lo que significa que, si ganara, asumiría la presidencia a los 78. El ex vicepresidente, además, deberá formular un programa, y ahí entra en terreno resbaladizo. Para ganarse a los millennials, por ejemplo, no basta con caerles bien. También hay que ofrecer cosas como una sanidad pública universal y educación universitaria gratuita. Si cede a esas tentaciones, Biden corre el riesgo de entrar en un terreno ideológico poco familiar para él y, además, espantar a sus votantes de centro y de más edad. Biden lo habría tenido más fácil en 2016, pero entonces decidió no competir por el golpe psicológico de la muerte de su hijo Beau, de cáncer, a los 46 años.

Bernie Sanders (Nueva York, 1941)

En 2016, el senador por Vermont revolucionó la campaña. Con una estética desfasada y una capacidad dialéctica muy normalita, llevó a cabo una formidable movilización del voto joven siguiendo una estrategia que habría encandilado a Julio Anguita, el coordinador de Izquierda Unida en la década de los noventa: «Programa, programa, programa». Eso y otra cosa que también le gusta al ex político cordobés: proclamar sin problemas que es de izquierdas. En el caso de Sanders, «socialista democrático», algo que nadie sabe bien qué significa. Pero, al margen de significados, hay una cosa clara: en Estados Unidos era impensable que alguien se definiera como «socialista» hasta que llegó Sanders.

 

Ése es el problema de este candidato: él fue uno de los que contribuyó a un cambio tan grande en el panorama político que ahora corre el peligro de quedarse fuera de juego. Aunque sigue estando a la izquierda – técnicamente, Sanders es independiente, aunque vota con los demócratas, y si vuelve a competir tendrá que registrarse en el censo como miembro de ese partido para poder participar en las primarias -, el debate político se ha movido mucho en esa dirección desde 2016. Hoy, candidatos como Harris, O’Rourke o Gillibrand pueden competir contra él con la credibilidad que no tuvo Hillary Clinton. Sanders, además, tiene otro problema: su izquierda es de clase, no de identidad. En un momento en el que la raza o el género importan tanto o más que las viejas formulaciones políticas y económicas, ‘Bernie’, como le llaman sus seguidores, ha perdido gancho.

Elizabeth Warren (Oklahoma City, 1949)

El problema de la candidatura de Elizabeth Warren es de sentido de la oportunidad. Si se hubiera presentado en 2016, habría tenido más posibilidades. Ha esperado a 2020, y se ha encontrado con que lo que antes era una agenda de izquierdas en materia económica – que es su fuerte – ahora es, más bien, de centro.

 

Eso ha descolocado a la senadora por Massachusetts. Y no es que Warren no tenga bazas a su favor. Es muy conocida, y su combinación de feminismo y de defensa de políticas que reduzcan las desigualdades la hacen muy popular entre las bases demócratas. Su trayectoria vital, desde la pobreza en Oklahoma hasta una cátedra en Harvard, debería ayudarla. Como, también, su oratoria y exhaustivo conocimiento de la economía.

 

Pero Warren es una académica que entró en política solo cuando Obama le negó – por ‘roja’ – un puesto tan divertido y de cara al público como la dirección de la Oficina de Protección del Consumidor Financiero, una agencia federal que ella había creado desde cero tras la crisis de las ‘hipotecas basura’, en la que quedó claro que los bancos de EEUU habían vendido burras cojas y tuertas a sus clientes con un sentido de la ética similar al que luego exhibirían las cajas españolas con las preferentes.

 

Eso demuestra que a Warren le va más la cosa técnica que los mítines. Es algo que ha quedado claro con el vídeo de arranque de su campaña en Instagram, en el que sale tomándose una cerveza en la cocina de su casa con la misma espontaneidad, carisma y desparpajo que cabría esperar de, por ejemplo, una profesora de Derecho Mercantil jubilada de Harvard. Y encima hay una palabra maldita: «Pocahontas». Es el insulto racista que Trump ha dedicado a Warren debido a que ésta infló sus infinitesimales ancestros indígenas cuando estaba en Harvard. Con ese mote, da igual que Warren se sepa de memoria la Ley de Quiebras (que probablemente se la sepa). Su campaña, pese a su reconocimiento, puede ser complicada.

Sherrod Brown (Mansfield, Ohio, 1952)

Una de las normas no escritas de los candidatos a cargos públicos en EEUU es que no puede parecer que tienen estilo, lo que incluye, invariablemente, llevar un traje dos tallas más grande y con todo el desgarbo que sea posible. A algunos, como Barack Obama o Mitt Romney, eso les cuesta. Al senador por Ohio Sherrod Brown le sale natural, como demuestra el soberbio ejemplo de «periodismo de datos» del diario ‘Cincinnati Enquirer’ al anunciar el lunes que había encontrado 44 artículos publicados en los últimos 11 años en los que se empleaba la palabra «arrugado» («rumpled») para referirse al atrezzo del senador. Hasta su esposa, Connie, ha tuiteado acerca de la capacidad sobrenatural de Brown para que le quede mal todo lo que se pone encima.

 

 

Brown tiene una baza a su favor: Ohio. Es el demócrata con más posibilidades de ganar en ese estado, que es decisivo. La clave es su tirón entre la clase media profesional y obrera blanca que abandonó a Clinton en 2016. Gracias a ese nicho electoral, Brown puede amenazar a Trump no solo en Ohio, sino, también, en Pennsylvania y Michigan. Y esos estados van a decidir la victoria en 2020. No es casualidad que la gira que el senador ha lanzado por los estados en los que comienzan las primarias – Iowa, New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada – se llame La Dignidad del Trabajo.

 

 

Esta candidatura es un misterio, en buena medida debido a lo que el venerable Consejo Editorial del diario Pittsburgh Post-Gazette definió en noviembre con una afirmación para la Historia: «No es que Brown no sea carismático. Es que es anticarismático«. Lo cual es notable, porque lleva 26 años en la política nacional, incluyendo 13 como senador, y es uno de los legisladores más de izquierda del Partido Demócrata en todos los órdenes. Con semejante currículo, pasar desapercibido tendría que ser difícil. No para Brown. En todo caso, hombre, blanco, aburrido, y capaz de entregar un estado decisivo no hace de Brown un candidato a la presidencia nato, pero sí a otro puesto: la vicepresidencia.

Kamala Harris (Oakland, California, 1964)

Senadora demócrata de California, representa mejor que ningún otro candidato el cambio del Partido Demócrata en las últimas décadas. Hija de india, Shyamala, experta en investigación sobre cáncer de pecho, y jamaicano, Donald, profesor en la prestigiosa Universidad Stanford, pertenece a esa élite de la agrupación a la que le cuesta llegar a los millennials. En cambio, no les importaría votar a la que podría ser la primera mujer presidente de Estados Unidos. También, sería la primera mujer negra e india en llegar a la Casa Blanca.

 

 

No se arruga. Cuando era fiscal del distrito de San Francisco se enfrentó a la demócrata más influyente de la zona de la bahía, la senadora Dianne Feinstein, al negarse a pedir la pena de muerte para el asesino de un oficial de policía. También rompió la disciplina del ‘establishment’ al apoyar desde el principio al entonces senador de Illinois Barack Obama en contra de Hillary Clinton, en aquel momento senadora de Nueva York. Sus fortalezas dentro de la carrera de primarias demócratas son también sus debilidades para enfrentarse al presidente de EEUU, Donald Trump, en las presidenciales. Su lucha de género e igualdad racial alienaría fácilmente al votante blanco de estados como Ohio, Michigan, Pennsylvania o Wisconsin, imprescindibles para entregar la Casa Blanca a los demócratas. Pero, primero tiene que hacerse con la candidatura en su partido. Sin duda apelará al voto afroamericano y asiático. También, en el pasado, ha demostrado cuajar entre los hispanos. Su hermana Maya, directora de política de la campaña de Hillary Clinton, le ayudará con los votantes fieles al partido. Aún así, el calendario de primarias está en su contra. Primero vienen Iowa y New Hampshire, de mayoría blanca. En cambio, recuperará el empuje en Carolina del Sur, con los demócratas afroamericanos, y en Nevada, estado al lado de su estado, California. Y, sin duda, su pasado de implacable fiscal le ayudará en los debates. Pero, a pesar de todo esto, ¿podrá contra Trump?

Julián Castro (San Antonio, Texas, 1974)

Ex secretario de Vivienda y Urbanismo, está llamado a convertirse en el primer presidente latino de EEUU que recupere el Sueño Americano. Del seno de una familia pobre de origen mexicano, estudió en las universidades elitistas de Stanford y Harvard. A los 26 años, se convirtió en el alcalde de San Antonio (Texas).. En 2012 tuvo su presentación a nivel nacional en la Convención Demócrata en Charlotte (Carolina del Norte), donde el ex presidente Obama le ofreció la oportunidad de pronunciar el discurso ‘keynote’.

 

 

En 2016, estuvo a punto de ser elegido candidato a vicepresidente en el ‘ticket’ con Hillary Clinton en las elecciones presidenciales, pero esta se decantó por Tim Kaine, senador demócrata de Virginia. Desaparecido de la escena política durante los dos últimos años, ganaría sin duda el voto latino, aunque todavía no está tan claro si podría convencer a los blancos y afroamericanos. Mucho menos a los millennials y la izquierda demócrata, a los que desagrada su proximidad a Wall Street y la élite de San Antonio. Castro tiene que garantizar que puede formar una campaña seria. Primero tiene que demostrar que es capaz de aguantar los golpe del resto de los demócratas y devolver los del presidente, Donald Trump para cumplir con el objetivo: echarle de la Casa Blanca. Para ello, Castro necesita la estructura de ‘establishment’ y la fuerza de los grandes fondos de campaña. Para conseguir el favor de las élites, tiene que utilizar su proximidad a Barack Obama, al que agradan los paralelismos entre ambos. Pero siempre y cuando no se presente el ex vicepresidente Joe Biden, el más cercano al ex presidente de todos los candidatos. Para lograr una gran financiación también dependería de la decisión de otros. En este caso, de las grandes familias de Texas, muy pendientes de lo que haga Beto O’Rourke, ex congresista de Texas.

Beto O’Rourke (El Paso, Texas, 1972)

Se encuentra entre los candidatos favoritos junto con el ex vicepresidente, Joe Biden, y el senador de Vermont, Bernie Sanders, que todavía no han anunciado de forma oficial su candidatura, a pesar de ser las grandes esperanzas de diferentes sectores del partido. Beto, apócope muy popular en México de Roberto, que le dieron para diferenciarle de su padre Robert, atrajo la atención nacional cuando le pisó los talones al senador republicano de Texas Ted Cruz en las elecciones de mitad de legislatura de noviembre de 2016.

 

 

Muy apreciado por el ‘establishment’ demócrata, es amigo del nieto de Bobby Kennedy, el congresista de Massachusetts Joe Kennedy III. Su abuela se casó con Fred Korth, secretario de la Armada con el presidente John F. Kennedy. Más que suficiente para las élites del partido que quieren probar con un Obama blanco para desbancar al presidente Donald Trump. Primero, tendrá que demostrar sus dotes en los debates, donde le pueden batir fácilmente otros candidatos con más experiencia política. En las últimas semanas, no hace más que llamar la atención de los millennials en las redes sociales. En caso de que se haga con las nominación, sus credenciales conservadoras pueden ser perdonadas de forma sencilla por el votante de izquierdas con tal de votar a un demócrata de Texas. Sobre todo después del escarmiento de 2016 cuando no quisieron respaldar a Hillary Clinton. Mientras, le costará más llamar la atención del votante afroamericano, que sólo respondió en masa a Barack Obama. Sin embargo, tendría también el favor del electorado fiel al Partido Demócrata dispuesto a hacer lo que sea por sacar al presidente Donald Trump de la Casa Blanca.

Kirsten Gillibrand (Albany, Nueva York, 1966)

Centrará su campaña en el voto de las mujeres. Una estrategia que no le funcionó a la candidata Hillary Clinton en su campaña en 2016. Pero, sin duda le sirve dentro de las primarias demócratas, debido a que las mujeres representan el 60% del electorado demócrata. Ya demostró su músculo al convertirse en la primera política demócrata que pidió la dimisión el senador de su partido de Minnesota, Al Franken, acusado de acoso sexual.

 

 

Durante la Administración Obama Gillibrand destacó por su presión para reformar cómo en las Fuerzas Armadas se reciben los casos de violación y acoso. Mientras, ha presentado diferentes proyectos de ley de bajas familiares. Gillibrand se encuentra entre las grandes opciones dentro del Partido Demócrata, debido a su gran capacidad para recaudar fondos y su experiencia en política. También destaca porque cuaja entre los blancos moderados y conservadores de la zona rural del norte del estado de Nueva York, donde está la ciudad donde nació (Albany). Sin duda los analistas del partido estarán pendientes de si Gillibrand es capaz de replicar esa aceptación de la zona no urbana en otros estados. De momento, le falta tirón en las encuestas nacionales, en las que destacan el vicepresidente Joe Biden, el senador de Vermont Bernie Sanders y el ex congresista de Texas, Beto O’Rourke, que ni siquiera han anunciado de forma oficial sus intenciones presidenciales. A nivel nacional, gusta más una candidata mujer cercana al perfil de ama de casa, como la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin. Algo de lo que Gillibrand se encuentra muy lejos. Sin embargo, podría recuperar su relato sobre su experiencia sobre cómo perdió 20 kilos después de su segundo embarazo, lo cual cuajó sobre todo entre las mujeres de la América Profunda.

 

 

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