No estamos para discutir los hechos, que son las verdades del periodismo. Pero sí las generalizaciones y lo que esto conlleva, una discriminación irracional hacia un gentilicio que nunca se cansó de abrir los brazos para acoger a cualquier latinoamericano que lo necesitara.

Un solo caso es un botón, el descuartizamiento de un hombre en Perú. A partir de allí se han hecho diferentes aproximaciones, pero todas terminan en lo mismo: lo crueles que son los delincuentes venezolanos. Y con esa misma tijera en muchos países pretenden cortar a todos los compatriotas que se han visto en la necesidad de huir de la tragedia en la que se les ha convertido el país.

Huir para salvarse del hambre, de las enfermedades, de morir sin ningún auxilio. Huir para salvar la vida. Se han ido ya millones de venezolanos hacia otras tierras, muchas veces a pie. Pero se ha ido el talento, gente preparada dispuesta a contribuir con la economía de esos países destino. Se han ido con sueños, con ganas de progresar; se ha ido gente de bien, la mayoría.

También se ha ido gente menos preparada, llena de miedo y preocupaciones, que está dispuesta a trabajar de lo que sea. ¿Eso justifica que le griten en las calles, que los golpeen, que los traten como delincuentes?

Cuando en el siglo XX Venezuela recibió a miles de colombianos, ecuatorianos, peruanos, chilenos, bolivianos, que también huían de la guerrilla, del narcotráfico, de las dictaduras, lo hizo con una sonrisa, los dejó insertarse en la fuerza de trabajo, los dejó progresar tanto que muchos no quieren regresar a su país natal.

Como la amplia costa que vierte la geografía nacional hacia el Caribe, así los venezolanos abrieron sus brazos y más de uno ayudó e impulsó a los extranjeros que querían contribuir con el progreso de Venezuela. No quisiéramos pensar que porque un delincuente haya cometido un crimen, todos vamos a ser medidos con la misma vara.

Editorial de El Nacional