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Cuando muerde la justicia

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Cuando muerde la justicia


 
Más allá de lo que pueda ocurrir en los implacables tribunales estadounidenses (si Trump logra llevarse a Alex Saab hasta allá), los venezolanos, así como muchos latinoamericanos en general, están entendiendo que el matrimonio diabólico entre quienes se han adueñado del poder con afán dictatorial para perpetuarse por siempre y los agentes internacionales de la corrupción y del narcotráfico crea un peligrosísimo nexo que los convierte en fugitivos permanentes de la justicia donde quiera que ellos vivan o se escondan.

 

 

Debe hacerse hincapié en esta realidad que cada día se muestra con mayor dureza y contundencia en la misma medida en que la denominada globalización se extiende en todos los ámbitos de nuestras vidas, incluso en aquellos que parecen alejados de la vulgar cotidianidad. Y uno de los ejemplos, quizás el más cercano y urgente, es el seguimiento y captura del socio internacional y agente comercial del régimen venezolano, Alex Saab.

 

 

 
A este “agente del régimen madurista” no se le puede catalogar de simple socio o de compañero de ruta. Su implicación con la dictadura obedece no solamente a lazos de amistad, o familiares, tan vulgares o anodinas como las de cualquier comerciante de oficio. Nada de eso: constituye un enlace de vital importancia no solo en las cuestiones relacionadas con una de las estrategias fundamentales del régimen para mantenerse con vida y, como si fuera poco, para acentuar y profundizar el control social y político de amplios sectores de la sociedad.

 

 

No es desde luego un activista ni un pregonero que reparte los panfletos que refuerzan la fe en la redención social que el madurismo siembra y abona en los sectores populares. Nada de eso: a él no le interesa ser el corazón de una política populista, pero sí impulsar todos los artificios que se necesitan (compra de alimentos –de mala calidad– y con sobreprecio) para oxigenar la podredumbre y la corrupción que permiten que sus negocios florezcan.

 

 

De manera que sea cual fuere su suerte o su desgracia (ya que se lo disputan Estados Unidos, Rusia, Irán y China), Alex Saab ya no volverá a ser el mismo ni podrá circular internacionalmente con la misma soltura y agilidad de antaño. Y si logra escapar a la justicia de Estados Unidos y lo rescatan sus poderosos protectores, igual es un hombre marcado y con recompensa adjudicada.

 

 

Castigado o no, ya es un hombre que apesta por igual a sus amigos y enemigos, y para mayor desgracia su vida de lujo y derroche queda definitivamente estampada a las riquezas creadas a la sombra del narcotráfico, y ese es un delito internacional imborrable. Tampoco su figura escapará de los medios de comunicación y de los incisivos y persistentes portales de investigación que desde hace años le siguen la pista. Nunca se olvidará (léase bien, nunca) sus arremetidas y el aliento malvado que puso en marcha contra los periodistas que cumplían con su deber en la búsqueda de la verdad que Saab había escondido tras una tramoya de desmentidos y falsedades. Algunos de ellos debieron exiliarse por el acoso y la persecución policial.

 

 

Saab maquillaba muy bien su doble papel de simple empresario y, a la vez, de agente internacional del madurismo, pero ya los venezolanos lo identificaban entre la multitud. Hace dos años, recién entrada la primavera, se atrevió (según relató luego un pasajero) a viajar a París desde Maiquetía con su esposa y sus dos hijos, además de dos mucamas: seis asientos en Business Class de Air France.

 

 

De ahora en adelante eso no será posible y, como tantos otros cómplices del madurismo autoritario, viajarán en vuelos privados o por líneas aéreas que crucen África o el Medio Oriente, donde los diplomáticos rusos, chinos, turcos o iraníes los atenderán sombríamente.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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