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Cuando la madre es él

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Cuando la madre es él

En ocasiones, un padre con buenas intenciones acaba agravando la inseguridad de una madre primeriza. ¿Está rivalizando con ella o eludiendo su auténtico rol?

 

Nadie nos enseña a ser madres o padres, pero cuando llegamos a ello ya hemos vivido una relación con nuestros progenitores llena de deseos, fantasías y afectos que nos conducirán a repetir o no nuestra historia, buscando lo que hemos tenido o intentando dar a nuestros hijos lo que no tuvimos.

 

 

La paternidad y la maternidad son labores estructuradas psicológicamente por el proceso cultural. Las funciones ejercidas por el padre y la madre están estrechamente relacionadas con el momento histórico que vivimos, además de con los fantasmas inconscientes de la vida infantil. La mujer, que antes se dedicaba solamente a la maternidad, ha pasado a formar parte del ambiente laboral. El hombre, que antes solo era proveedor, ahora también es cuidador. Hay una evolución en la forma de vivirse como madre y como padre. Además, tanto la mujer como el hombre se identifican no solo con el progenitor del mismo sexo, sino con determinados rasgos del otro.

 

La mujer necesita, según el psicoanalista Donald Winnicott, contar con lo que él llama “preocupación maternal pri maria”, que denomina como un estado de “enfermedad normal”, porque para cubrir las necesidades del bebé tiene que olvidarse, casi por completo, de cualquier otra cosa durante los primeros meses de vida del pequeño. Cuando no puede dedicarse en exclusiva al cuidado de su hijo, y desprenderse de preocupaciones de otra índole, su capacidad maternal se ve afectada. El padre, si se siente excluido de esa relación, no podrá sostener bien su lugar paterno y, para sentirse más necesario, intenta ocupar el de la madre.

 

Lucía había tardado en quedarse embarazada. Su trabajo le ocupaba mucho tiempo y temía no saber compatibilizar su vida laboral con la maternidad. Además, en un tratamiento psicoanalítico había descubierto que parte de sus complicaciones para ser madre dependían de la relación conflictiva que mantuvo con la suya. Ahora, Lucía tiene una hija de cinco meses y hace poco que ha vuelto al trabajo. Daniel, su pareja, entiende muy bien a la niña: le da el biberón, le cambia los pañales, la baña… Durante el embarazo, controlaba todo lo que comía Lucía, lo que hacía o dejaba de hacer, y le señalaba continuamente lo que supuestamente podía perjudicar el proceso.

 

Estado de culpa

 

Al principio, Lucía pensaba que así la cuidaba, pero a veces sentía que no confiaba en que ella pudiera hacerlo bien. Cuando la niña nació, estuvo en todo momento a su lado, pero según pasaban los días Daniel parecía ser el único que sabía qué hacer y le daba a Lucía indicaciones para todo. Esta actitud, lejos de ayudarla, la sumía en un estado de culpa. Poco a poco, se sentía desplazada, como si no fuera una buena madre. Además, su propia madre, que aparentemente siempre estaba de su lado, pero que le había fallado en los momentos importantes, también le decía cómo tenía que actuar, incrementando su inseguridad.

 

Le provocaba los mismos sentimientos que Daniel. Como si ellos sí pudieran ocupar el lugar materno, pero ella no. Lucía delegaba su papel en Daniel porque no quería ser como su propia madre, infantil y dependiente, y se identificaba con su padre, un hombre con éxito, pero poco implicado en la educación de su hija. Daniel, por su parte, también tenía difi cultades para ocupar el rol que le correspondía. Tuvo una relación distante con su progenitor y un vínculo estrecho con su madre. Por eso, para no sentirse excluido, intentaba ocupar el lugar materno.

 

Cuando una mujer teme que su pareja le arrebate su espacio junto a un hijo, es porque en cierta medida hay una delegación de ese lugar en el otro. Del mismo modo, el hombre que acusa a su mujer de no dejarle ser padre es porque no desea ocupar ese lugar, probablemente porque sigue dependiendo de una madre interna poderosa y a la que no puede poner límites. Entonces pretende ponérselos a su pareja cuando esta tiene que ocupar el lugar materno. Esto es algo que suele suceder si no se ha podido identifi car con un padre, porque este no ha podido darle suficiente soporte afectivo.

 

Este tipo de movimientos siempre son inconscientes, pero para entender mejor qué pasa, sería conveniente dejar de echar la culpa al otro y reflexionar sobre los conflictos que se pueden tener para ejercer la función materna y paterna, que siempre son complejos.

 

Qué nos pasa

 

Cuando la mujer se siente incompetente en su labor de madre, además de sus conflictos, incorpora los de su pareja, que en lugar de ayudarla rivaliza con ella. El hombre, si se siente excluido, convierte la ayuda en control para reafirmarse. El padre puede paliar los conflictos que tiene para ocupar su lugar, colocándose en lo que se supone que tiene que hacer una madre.

 

Qué podemos hacer

 

Hay que reflexionar sobre las inseguridades que podemos tener como madre o padre y revisar nuestra tolerancia hacia las dificultades del otro y hasta qué punto aceptamos las nuestras. Si ambos se hacen cargo de sus conflictos, podrán reconocer aquellos aspectos en los que funcionan bien con sus hijos. Hablar sobre los temores siempre es saludable.

 

 

 

 

Fuente: IMujer

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