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Cruz-Diez de nosotros

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Cruz-Diez de nosotros


La muerte de Carlos Cruz-Diez nos pone ante la ausencia de un artista notable, de uno de los más grandes de la historia de Venezuela, pero realmente nos coloca ante la desaparición de un fragmento fundamental de la vida de cada quien, de una parte de todos o de la mayoría de los venezolanos a los cuales se unió por el empeño de ser esencia de una cotidianidad que, con el correr del tiempo y ante el crecimiento de la tragedia nacional, lo ha hecho suyo en términos de intimidad.

 

 
 
Los estudiosos del arte, los grandes museos que tienen o desean tener sus creaciones, los especialistas en el área de la plástica, los estudiantes del ramo y los coleccionistas pueden dar cabal cuenta de la trascendencia de su contribución, hasta el punto de ubicarlo en el selecto grupo de los grandes autores del período contemporáneo a escala universal. No hay duda de que estamos ante el aporte de un hacedor sustantivo que se ubica en el seno una sensibilidad sin confines, que llena de orgullo a la sociedad en la que nació y en la cual dio sus primeros pasos, pero también, especialmente, ante un proveedor de novedades que, gracias a la manera de comunicarse con los hombres sencillos, se introdujo en lo más entrañable del tejido social.

 

 

Cruz-Diez es la calle que caminamos y la pared que vemos a diario, es un lugar que nos pertenece o del cual nos desprendemos con dolor, es el frente del edificio emblemático que vemos todos los días, la guía del peatón ordinario y de los viajeros que van y vienen. Lugares y objetos nacionales están señalados con sus marcas, tienen la señal imperecedera que los volvió irreemplazables para el sentir de quienes se acercaron a su compañía, pero también para quienes topen con ellos en el exterior. Hizo obras de extraordinaria trascendencia para las artes plásticas, desde luego, pero los venezolanos le adeudamos colores para retratarnos en grupo, complicidades de naturaleza colectiva, ataduras amables para los señorones y para los seres comunes que las reciben con regocijada comodidad.

 

 

Por eso compartimos ahora un dolor hogareño, pero también unas ganas de ufanarnos porque el que se fue sigue en nuestro domicilio que un día le abrió las puertas porque hacía de puente con el resto de vecindario y, desde luego, con universos que parecían inaccesibles. Arte sin límites y ciudadanía venezolana: Carlos Cruz-Diez.

 

 

 

Editorial de El Nacional

 

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