En materia de presiones ilegítimas, de arbitrariedades dignas del cuadro de honor de las canalladas a escala universal, se encuentra la reciente disposición de la dictadura sobre el pago de los sueldos de los profesores, de los empleados y obreros de las universidades nacionales. Una rutina que se debe cumplir con puntualidad para que las instituciones puedan mantenerse en el cumplimento de sus actividades, ha sido sometida a un filtro cuya imposición solo puede ocurrir en los totalitarismos caracterizados por un embarrado escandalosos de barbarie.
El Ministerio del Poder Popular de Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología –¡qué ampulosa designación en tiempos de tinieblas!– ha puesto como requisito a los rectores, para librar los recursos correspondientes a la quincena vencida, que las instituciones declaren en términos formales su reconocimiento del señor Nicolás Maduro Moros como presidente legítimo de la república. Si no lo hacen, se detendrá el aporte material que se necesita para el funcionamiento de las casas de estudio y, desde luego, los profesores, los empleados administrativos y los obreros se quedarán sin cobrar. Todo a través de un escueto comunicado, parco en vocablos pero colmado de elocuencia cuando se trata de mostrar el grado de vileza que puede distinguir a un régimen divorciado de las luces. Escandalizadas, como podía esperarse, las autoridades académicas rechazaron por unanimidad la pretensión en un documento en el cual señalan la decisión enfática de despreciar la presión, y de mantener su conducta de cabal orientación democrática en los campus bajo su responsabilidad.
La medida demuestra la desesperación del funcionariado chavista ante el crecimiento del rechazo producido por la usurpación de Nicolás Maduro. De otra manera no se entiende el atrevimiento de poner un requisito necesariamente inadmisible en el seno de unos lugares que han librado luchas históricas por la democracia y que no han cesado, en las últimas dos décadas, de realizar batallas frontales contra las pretensiones hegemónicas del chavismo. Sedes de un movimiento estudiantil al cual la sociedad reconoce como vanguardia de los empeños por la recuperación de la democracia y por el respeto de los derechos humanos; parcelas acogedoras de polémicas ventiladas con altura y con respeto, ejemplos de sacrificio al continuar sus trabajos pese al escamoteo de los presupuestos para alcanzar la sobrevivencia, son el peor lugar que pudo escoger un lóbrego burócrata para la legitimación de un usurpador alejado de los principios del saber, de la creación de conocimientos y de los hábitos del civismo.
Se debe recordar aquí que el escamoteo no se hace sobre la posibilidad de distribución de un presupuesto susceptible de permitir sin aprietos el trabajo de las universidades, ni de partidas que permitan una pasar decente a sus habitantes. Debido a una política de asfixia, las altas casas de estudios ni siquiera cuentan con partidas que permitan, por ejemplo, la iluminación de las aulas en la noche, o la adquisición de papel para las rutinas de oficina y para el aseo de las instalaciones sanitarias. Ni hablar de los requerimientos de los laboratorios y de los gabinetes de investigación. Ni hablar de la remuneración de los catedráticos: sueldos de hambre, entregas miserables como las que reciben los empleados y los obreros sometidos a una estrategia de exterminio debido a su altivez frente a las pretensiones de la dictadura.
Estamos ante un capítulo primordial de la lucha de la barbarie contra la civilización, ante el enfrentamiento de la decadencia moral de los detentadores del poder con las pulsiones del progreso de las sociedades. Tenemos la seguridad de que en esta ocasión no caerá, porque no puede caer ante la dignidad de nuestras casas de estudio, la lápida de un doloroso eclipse.
Editorial El Nacional
