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Atentados para el fracaso

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Atentados para el fracaso

 

 

Venezuela ha regresado a los tiempos inmediatamente posteriores a la Independencia, cuando privaba la fuerza y moverse en el interior del país era un hecho irrealizable. Los escollos de la geografía no se habían superado por la inexistencia de carreteras y la posibilidad de construir ferrocarriles formaba parte de la fantasía.

 

 

 

La vida se desarrollaba en los rincones habitados por individuos aislados de sus semejantes y la economía se reducía a lo que esos lugares podían buenamente proveer, que era generalmente escaso. La posibilidad de establecer una república no pasaba de los buenos deseos, porque los gobiernos carecían de los medios para dominar el territorio y para transmitir sus ideas sobre la sociedad que querían fundar.

 

 

 

Un famoso informe del ministro del Interior, presentado ante el Congreso de 1831, hablaba de todas esas rémoras y terminaba sus palabras con una afirmación tajante: “El país es un misterio”. Hoy lo sigue siendo gracias a una camarilla de civiles y militares empeñados en oscurecer lo que ya, de por sí, es una oscuridad general, con todas sus connotaciones en los grados castrenses.

 

 

 

Hoy nadie conoce a Venezuela, pero no en el exterior sino aquí en el corazón del país. Las instancias oficialistas suministran a todo dar centenares de mentiras, cada una mayor que la otra. De esa manera vivimos en la incertidumbre más espantosa y los contumaces embusteros a sueldo del oficialismo suben sus tarifas.

 

 

 

Si existiera alguien en Miraflores que pensara, aunque fuera unos minutos al día, entendería que con sus estridencias le están haciendo el juego a la oposición que hoy, vetada o bloqueada del acceso libre a los medios, logra hacer llegar sus proposiciones a la audiencia chavista y madurista sin mover un dedo. Basta con escuchar las cadenas presuntamente compradas con dinero del tesoro público para darse cuenta de que, en su discurso ramplón, no engañan a las clases populares sino que captan y difunden la esencia de la crítica de la oposición.

 

 

 

Es de locos, por supuesto, pero si alguien se dedica a pensar un poco sobre la situación de las bases populares del chavismo (que disminuyen a ojos vistas) y que no encuentran referencias en los vagabundos que manejan las redes de auxilios sociales y que, por lo general y siguiendo a sus jefes, se dedican a esquilmar en su provecho las cajas CLAP y demás “ayudas” a los más pobres, pues la gente entiende que unos pillos han sido sustituidos por otros más pillos aún.

 

 

 

Los periodistas han averiguado constantemente la corrupción que acompaña las ayudas que el oficialismo reparte entre su gente. Y hay que admitir que los ciudadanos las aceptan con el pragmatismo de quien tiene hambre no solo por la escasez y la inflación, sino porque si los jefes de la comuna ladronean los productos y los esconden en sus casas para luego hacer ventas bachaqueras en el barrio, pues ¿qué respeto revolucionario o bolivariano pueden merecerse?

 

 

 

Ninguno, sin duda. Le sale una gran patada en el trasero o una abstención electoral. Ante esa rebeldía silenciosa y creciente no les queda otra alternativa que inventar “atentados”.

 

 

 

 

Editorial de El Nacional

 

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