Confrontar la igualdad nominal ante la desigualdad real, permite descubrir la crasa contradicción que se establece entre la igualdad como utopía y la desigualdad como estructura de la realidad. Tal cual lo hace ver el título de la presente disertación: “dos caras de una sociedad fragmentada”. Su fractura termina siendo tan multiforme, que juntar sus pedazos para revertir los efectos de los daños infringidos por la desigualdad dominante, es un perverso juego. Además, es macabro e inmoral, de razones injustas que llevan a despóticas decisiones en medio de realidades cundidas de violencia, frustraciones y miseria.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, tanto comprendió la importancia de tan apoteósico derecho como en efecto constituye la Igualdad, que apenas siendo proclamado el anuncio de la redacción de dicha Declaratoria y aprobación, en diciembre de 1948, evento este ocurrido en los predios de la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en París, fue considerada la igualdad -al lado de otros valores igualmente extraordinarios en cuanto a su significación, que fue acogida como principio mayúsculo entre los principales derechos civiles y políticos como el derecho a la vida, a la libertad personal, al trabajo, al descanso, a la educación, a la libertad de expresión.
De hecho, tal Declaración fue adoptada como Carta Magna de la Humanidad. Algo así como la Constitución Política de la Humanidad. Sus 30 artículos establecen derechos y libertades fundamentales que, como la igualdad, la vida y la educación, justificaron la decisión de aprobar “que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Tan excelso enunciado, se entendió como ideal a ser aceptado por los pueblos y naciones del mundo.
Igualdad: implicaciones
El problema que se origina en la concepción de igualdad, comienza a reflejarse toda vez que las ideologías políticas adoptadas por gobiernos y Estados, incitan a que las praxis políticas y sociales establecieran notables incompatibilidades entre igualdad y desigualdad.
A esto contribuyó que las respectivas dinámicas sociopolíticas y socioeconómicas marcaran sus desarrollos con base en categorizaciones apegadas a patrones éticos y morales que siguen repercutiendo en el modo de formalizar las correspondientes estructuras y modismos culturales. Poco logra atenderse y entenderse la redacción de la Declaración, por más que su primer artículo suscribe que: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos y los otros”.
Asimismo, sucedió con el segundo artículo el cual reseñó que, ante los derechos y libertades, adoptadas “(…) no habrá distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica o cualquier otra condición” que, en toda persona, impida el disfrute de los mismos.
Desigualdad: complicaciones
Aunque los derechos humanos y las libertades implícitas, hayan sido objeto de avances jurídicos y fácticos desde entonces, la desigualdad persiste como un fenómeno de todo orden y magnitud. Las desigualdades se han visto crecidas. No sólo las que tienen lugar en ámbitos de la economía, la política y de orden social. También se han abultado en contextos dominados por la pobreza, la discriminación y la exclusión manifestándose de distintas formas.
Incluso, se ha dicho que la desigualdad, se comporta como una “complejidad sistémica” por cuanto su comportamiento no es solitario. Muestra una actuación relacionada con factores particularmente culturales. Pero, asimismo, económicos y políticos que complican secuelas y discusiones. Sobre todo, cuando lucen comprometidos factores de poder.
Por eso se habla de “la igualdad en crisis”. O acaso fue que ¿la igualdad fue vencida por la desigualdad? Esta pregunta obedece a cómo y cuándo la desigualdad envolvió a la igualdad en su sombra. Quizás, pudiera ahí detectarse el momento en que la igualdad comenzó a ahogarse en los eflujos de un mundo terriblemente desigual.
Realidades convulsionadas
Buen número de problemas que en la actualidad han devenido en caos, provienen de las desigualdades que se suscitan en todos los movimientos locales. Pues es verdad que la gente no nace odiando. Aprende a odiar a medida que su mundo lo provoca a convivir con desigualdades infladas en la imposibilidad de evitar o mermar sus efectos.
No es de negar que, en el fondo de las desigualdades, hay componentes que tienen raíces en la política. Por ejemplo, la falta de voluntad configura un caso de recia representatividad de dicho respecto. Es, cuando arrasa en medio de decisiones que han perdido el rumbo de sus objetivos.
Por otro lado, se advierten ideologías tan ortodoxas que se fundamentan en variables cuya interpretación coadyuva a oscurecer realidades y objetivos. Objetivos que apuntan hacia metas formadas por conceptos y confusas prácticas políticas. Tanto así que, en sus marañas, las desigualdades tienden a beneficiarse. Siempre están a la orden del orden del día o de bancos de intereses de algunos pocos, quienes se favorecen de desigualdades elaboradas a favor de caprichos, egoísmos, resentimientos y envidias.
Epílogo
La confrontación entre igualdad y desigualdad, es un permanente desafío que sigue el curso de toda circunstancia, acontecimiento o realidad. En medio de tan rudos enfrentamientos, pareciera faltar una buena dosis de cultura política, moralidad, ética, civismo y educación. Virtudes todas, capaces de inducir una suficiente justicia suficiente, determinante y categórica en los predios de las realidades. Así como la adopción de medidas que contemplen sensibilización de la sociedad, compromisos y responsabilidad ciudadana y una legislación efectiva.
Si acaso existe la posibilidad de otear la igualdad con la lupa de la desigualdad, el problema adquiere desproporcionadas dimensiones. Tamaños que superan los límites entre “lo justo y lo convencional”. Sobre todo, luego de dar cuenta que la desigualdad aparece muchas veces en el escenario de la formalización de legislaciones que se ciñen a absurdos requerimientos políticos.
Y aunque este problema se concibe discordante del concepto de “diferencia” término éste que distingue las proporciones que pautan valores fundamentales como bien se ajustan a la responsabilidad y corresponsabilidad. Asimismo, a significativas virtudes cívicas. No podría negarse que el desafío de la desigualdad dominante, sigue afectando estructuras económicas, políticas y culturales de todo orden, magnitud y sentido.
De manera que la igualdad no debe ser considerada tan sólo como un principio teórico. Sino como una experiencia a ser manejada -a conciencia- por todos. De lo contrario, el mundo habrá de continuar viéndose siempre azotado por una dicotomía articulada entre la igualdad como utopía, y la desigualdad entendida como realidad. Seguirá avistándose el problema de igualdad y desigualdad: dos caras de una sociedad fragmentada.
Antonio José Monagas









