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¿Agoniza la socialdemocracia?

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¿Agoniza la socialdemocracia?



En lo que respecta a Europa y Estados Unidos, la situación es clara: los partidos políticos socialdemócratas, grupo en el que cabe incluir al Partido Demócrata norteamericano, o desaparecen o se encuentran en plena decadencia, o bien experimentan cambios ideológicos que les alejan del centro político que ocupaban, girando hacia la izquierda. El Partido Socialista francés ha quedado reducido a su mínima expresión, y en Alemania e Italia la socialdemocracia se ha debilitado de manera palpable. En España, el Partido Socialista se mueve con celeridad a la izquierda, y sus nuevos líderes pretenden gobernar con factores secesionistas y antimonárquicos, rompiendo de ese modo con el esquema constitucional en que se había basado la democracia española desde la transición posfranquista. En el Reino Unido, las recientes elecciones asestaron al Partido Laborista su más severa derrota desde 1935, y todavía está por verse si esa organización logrará despojarse del lastre radical que hoy le caracteriza y le hunde en el fracaso.

 

 

En cuanto al Partido Demócrata estadounidense, el centrismo vigente hasta los tiempos de Bill Clinton dio inicio, bajo Obama, a un viraje hacia posiciones ubicadas más a la izquierda, tendencia que ahora se acentúa y puede constatarse en los mensajes de varios de los más prominentes precandidatos, que aspiran a enfrentar a Donald Trump en 2020. Desde luego, existen otros casos, tanto en Europa como América Latina, que complican el panorama descrito, pero pensamos que en términos generales es razonable sostener que la socialdemocracia, como opción política, está dejando de ser lo que fue. ¿Qué ha pasado?

 

 

Creemos que este proceso de decadencia, agonía o –según sea el caso– desplazamiento desde el centro a la izquierda obedece a dos fenómenos convergentes. Por una parte es el efecto de cambios en el capitalismo, que están estremeciendo las bases de los estados de bienestar construidos a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, y que alteran de modo significativo el terreno en que una opción como la socialdemocracia antes se movía con facilidad. La alternativa socialdemócrata goza de buena salud cuando una economía floreciente permite combinar altas tasas impositivas y elevados niveles de gasto público, sin por ello asfixiar hasta su extinción el crecimiento. Después de la crisis financiera del 2008-2009 y aun antes, las condiciones empezaron a ser otras, y los partidos socialdemócratas comenzaron a crujir.

 

 

A las explicaciones económicas es necesario añadir los cambios culturales en las sociedades avanzadas de Occidente. Con frecuencia se señala el impacto que la globalización ha tenido, en el traslado de masivas actividades productivas de unas regiones del planeta a otras y de unos ámbitos de trabajo a otros. A ello se suman las nuevas tecnologías informáticas, comunicacionales, robóticas, y de inteligencia artificial, que en conjunto dejan atrás a millones, desarraigándoles de sus empleos, tradiciones, comunidades, valores y expectativas. Todo esto es cierto y sus consecuencias políticas ineludibles. Lo que tal vez no se enfatiza lo suficiente es que tales sacudidas no son aceptadas por la gente como una especie de mal necesario e inevitable, frente al que solo caben la pasividad y la resignación. En las sociedades democráticas de Occidente el derecho de rebelarse, así sea mediante el ejercicio del voto, no se ha extinguido, y por el contrario, la verdad de que cada ciudadano, al votar, tiene igual peso político que el resto, se ha visto reforzada por los resultados electorales de tiempos recientes.

 
 

El viraje a la izquierda de la socialdemocracia, en España, Alemania, el Reino Unido y Estados Unidos –entre otros casos— no luce exitoso. Las derrotas de Hillary Clinton y Jeremy Corbyn son síntomas de una creciente desconexión de la socialdemocracia con respecto a las angustias de electorados que ansían respuestas más definidas y comprometidas, y líderes que sean capaces de romper con los desgastados esquemas de siempre. El viraje a la izquierda se ha evidenciado como poco eficaz, pues la izquierda mundial ha asumido el mensaje globalizador frente al renacer nacionalista, un mensaje “políticamente correcto” que es rechazado por millones de ciudadanos, que desean preservar sus comunidades, sus tradiciones, sus valores y sus naciones mismas.

 

 

Las élites socialdemócratas, que incluyen a sectores dominantes en los medios de comunicación y las universidades, se refugian cada vez más en las grandes metrópolis como Nueva York, Los Ángeles, Berlín, París y Londres, y su desconexión con el resto de sus sociedades no hace sino intensificarse. Ante tal realidad, las rutas de centro-derecha, encarnadas en personajes como Donald Trump y Boris Johnson, están logrando vincularse con las emociones de millones, mediante un mensaje que combina la recuperación económica con la defensa de los valores de patriotismo, familia, comunidad, nación y solidaridad, que la izquierda ha ido abandonando paulatinamente, quizás de manera definitiva.

 

 

Editorial de El Nacional

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