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Adiós a un caballero

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Adiós a un caballero


 
Holmes Trujillo deja huella de servicio, calidad humana y ejercicio político marcado por la decencia

 



Tras varios días de tenaz lucha contra el covid-19 falleció ayer en la madrugada, en el Hospital Militar de Bogotá, el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, a los 69 años. La noticia despertó en el mundo político y en el país en general un comprensible grado de pesar.

 

 

Su fallecimiento se produjo en el marco del segundo pico de una pandemia que ha cobrado la vida de más de 50.000 colombianos. También en la madrugada del martes dejó de existir, por esta misma causa, el reconocido y valeroso referente del movimiento sindical colombiano Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación General de Trabajadores.

 

 

De la peor forma, ambas noticias trágicas recuerdan que nadie está a salvo no solo de contraer el covid-19, sino de que este tenga un desenlace fatal. Todos, sin excepción, somos vulnerables. En medio del luto, hay que renovar el llamado a no bajar la guardia en los cuidados cotidianos básicos que salvan vidas: uso del tapabocas, distanciamiento social y lavado frecuente de manos.

 

 

Se ha ido también, por la misma causa, un referente del movimiento sindical colombiano: Julio Roberto Gómez.

 

 


En medio del dolor hay que decir que el servicio de Trujillo García al país no se limitó, ni mucho menos, al cargo que ocupaba al fallecer. Fue cónsul en Tokio, primer alcalde de Cali elegido por voto popular, integrante de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, ministro de Educación, del Interior y, más recientemente, de Relaciones Exteriores. Fue también consejero de Paz, embajador ante la OEA y la Unión Europea. Así mismo, lo fue en Rusia, Austria, Suecia y Bélgica. Desde que comenzó a militar en las filas del Centro Democrático fue fórmula vicepresidencial de Óscar Iván Zuluaga en las elecciones de 2014 y precandidato de cara a los comicios de 2018. Hijo de una reconocida figura del liberalismo en el Valle del Cauca, desde siempre tuvo claro que lo suyo eran las lides políticas. Tan robusta trayectoria apuntaba, en el momento de contraer el mortal virus, a la presidencia de la república.

 

 

Su vida, como bien lo han destacado tantas voces, incluso las de orillas más lejanas a la suya, estuvo marcada de principio a fin por una férrea vocación de servicio. Fue un conocedor, como pocos, del tejemaneje político del país, así como de los vericuetos de la diplomacia, de ahí su probada capacidad para tender puentes.

 

 

Propios y extraños también coincidieron ayer en resaltar su calidez humana, su entrañable caballerosidad. ‘Decente’ y ‘conciliador’ fueron dos de los calificativos más frecuentes en las múltiples manifestaciones de pesar. Y es que en tiempos en que la política es cada vez más hostil y despiadada, Carlos Holmes siempre tuvo claro que por más fuerte y tirante que fuera una controversia, había líneas rojas que no se podían cruzar. Son esas que indican dónde terminan la decencia y la confrontación leal y comienzan la ruindad y la mezquindad. Jamás las cruzó. No es fácil, de verdad, en el quehacer político, y más en una extensa carrera, irse a la última morada con altos conceptos de ser una persona íntegra.

 

 

Se ha ido, pues, un estadista serio, que hizo una carrera digna y ejemplar, sobre todo hoy, cuando la política se ha tornado tan ríspida, y la altura y la tolerancia son más bien escasa especie. EL TIEMPO hace llegar a su familia y allegados un mensaje de solidaridad en este duro momento.

 

 

EDITORIAL EL TIEMPO.COM

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