“A veces no”
marzo 16, 2017 5:51 am

El defensor del Pueblo ha dado unas declaraciones sobre las OLP que nos ponen a pensar más de la cuenta. Ante la curiosidad periodística, o movido por las ganas de hablar, se percató de la existencia de lunares en la represión que no deja de conmover a la ciudadanía, en especial a los humildes que viven en los barrios que reciben las alevosas visitas de la policía.

 

 

Lo de descubrir los lunares le costó mucho, no solo porque el funcionario no ha dejado de tener una vista muy gorda en materia de excesos oficialistas, sino porque ahora los bravíos gendarmes que hacen de los barrios populares lo más parecido a tierra arrasada se tapan el rostro con unas máscaras macabras que, aparte de ocultar su identidad, trasmiten la imagen terrorífica de un vengador apocalíptico.

 

 

 

La máscara no importa, asegura el defensor, porque el hecho de que se la pongan, o no, es distinto a la obligación que tienen de respetar los derechos humanos. Los pueden irrespetar con el embozo o con la cara descubierta, agrega el burócrata en su afán de aliviar las críticas justas que ha provocado la invasión de guardias en son de guerra. Pero su posición sobre la tapadera puede ser irrelevante, si nos detenemos en el reconocimiento que termina haciendo de los abusos cometidos por las OLP.

 

 

 

El defensor admitió que los guardias “a veces no actúan a derecho”, y  reconoció que su despacho procesa denuncias de abusos de las OLP, “presuntamente” cometidos en 2015. Habla de más de doscientas denuncias, es decir, de un poco más de doscientas familias afligidas y amenazadas que se atrevieron a hablar ante la guerra a muerte a la que están sometidas. De la estadística se excluyen los grupos familiares que prefirieron guardar silencio, pero es elocuente la cantidad de reproches que ahora admite.

 

 

 

El “a veces no” del defensor significa la existencia del “a veces sí”, en materia de vulneración de los derechos fundamentales de la ciudadanía. Ese fatídico columpio del bien y el mal, esa parcial balanza que mide la legalidad y la brutalidad que ahora descubre el alto funcionario,  conduce al reconocimiento de la existencia de abusos por parte de quienes tienen la obligación de evitarlos.

 

 

 

El “a veces no” se concreta en entradas a mansalva en los domicilios de las familias pobres, para sacar a la fuerza a sus habitantes y aún para llevarse las pocas pertenencias que los sabuesos encuentran en la cacería; en sembrar evidencias de delito en el expediente de quienes tienen la única culpa de vivir en las zonas más abandonadas de las grandes ciudades; en imponer la ley del más fuerte no solo tapada por una monstruosa máscara, sino también por la propaganda del régimen que presenta a sus genízaros como misioneros de paz y como repartidores de bendiciones.

 

 

 

El defensor lo que ha hecho es ver lo evidente, quitarse la viga del ojo propio porque no le queda más remedio. La realidad lo ha obligado a confesar un poco, a ajustarse los lentes a juro. Ha sido hasta ahora defensor de la autocracia, pero solo en contadas ocasiones custodio de los derechos ciudadanos. Algo de tanta muerte y de tanta atrocidad entró en su oficina, en suma, pero quizá se queden allí, en los rincones de los archivos, como parte de la retórica a la cual es aficionado.