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A Rusia con pinta de vendedor

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A Rusia con pinta de vendedor

El viaje urgente del señor Nicolás Maduro a Rusia no parece obedecer a un plan meditado y diseñado en función de objetivos específicos de nuestra política internacional. Proyectan la impresión, o más bien la certeza, de que son el producto de deseos inmediatos o repentinos, que lo asaltan en sus momentos de siesta vespertina. Y decimos esto porque ayer los venezolanos se enteraron de que el jefe bolivariano había llegado a Moscú para sostener conversaciones con Vladimir Putin, novísimo zar de la Rusia del siglo XXI.

 

 

 

¿Otra vez?, se preguntarán con toda razón los adversarios del madurismo y también los “chavistas críticos” que crecen como la espuma en las aguas encrespadas de la política nacional. Y no es para menos. ¿Quién recuerda a estas alturas un leve triunfo logrado en los viajes del señor Maduro? Existe la sospecha de que los triunfadores siempre son los visitados que sacan, por lo mínimo, jugosos contratos. De manera que la pregunta precisa es: ¿qué se le otorgará en prenda en este viaje al señor Vladimir Putin?, pues el petróleo está más que entregado.

 

 

 

Ya nos vendieron la chatarra sobrante de la guerra de Afganistán en la que Rusia fue derrotada vergonzosamente, o de las dos ocurridas en Chechenia (una derrota y una reconquista sangrienta) y no pare usted de contar, por ahora.

 

 

 

Existe además la negociación por la fábrica de Kaláshnikov ocurrida luego de la reunión de la comisión intergubernamental ruso-venezolana, en la que el vicepresidente del Área Económica, Wilmar Castro Soteldo (¿les suena conocido el apellido de este oficial devenido en experto empresarial?), anunció que “el gobierno esperaba abrir la primera fábrica de fusiles Kaláshnikov en 2018”. De paso, el país compró 100.000 fusiles AK-103 con munición incluida.

 

 

 

¿Qué hay de malo en comprar fusiles en Rusia? Nada en especial, solo que la fábrica del histórico fusil de asalto ruso estaba en quiebra y no precisamente porque fuera un arma defectuosa, sino por la sencillez de su funcionamiento y su resistencia operacional en cualquier condición de combate, por más dura que esta fuera, como ocurrió en Vietnam. Esa fue su perdición porque la copiaron en muchos países sin autorización y la abundancia de réplicas hundió a la fábrica original. Pero siempre sale un pendejo a la calle y quien lo encuentre se saca la lotería.

 

 

 

Hoy la fábrica de fusiles de asalto Kaláshnikov se ha reprogramado y ampliado a sus clientes su abanico de ofertas que incluye, válgame Dios, utensilios de cocina, de oficinas y juguetes para niños, aunque esto último no ha sido confirmado exhaustivamente, pero en el capitalismo ruso todo es posible. Ya veremos por allí ollas de presión marca Kaláshnikov que ablandan hasta las caraotas más duras y resistentes.

 

 

 

Si alguien por demás curioso revisa las cifras de la economía rusa bajo la dirección del señor Vladimir Putin descubrirá que si no fuera por el petróleo, el gas, los cereales y las armas, no hay de que jactarse mucho si hacemos a un lado los avances en la cosmonáutica. Luego de la guerra en Siria no es de extrañar que Putin nos perturbe nuestra tambaleante economía con “nuevas chatarras” de último modelo.

 

 

Y las pagaremos no con flacos barriles de petróleo sino con oro, diamantes, coltán y lo que les sobre a los chinos. El viaje de Maduro no es de negocios sino de vendedor desesperado.

 

 

 

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