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Francia está de luto

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Francia está de luto

 
 
 
 

El macabro asesinato de un profesor de liceo en las cercanías de París, ocurrido hace unos días, ha enlutado a Francia. El perpetrador de la atrocidad, no contento con matar a su víctima, le decapitó posteriormente y mostró las imágenes en redes sociales. La policía pronto le localizó y su actitud agresiva ante los agentes de la ley condujo también a su muerte. Las investigaciones posteriores han mostrado que el profesor asesinado, que dictaba las asignaturas de Historia y Geografía, mostró en una de sus clases imágenes que los seguidores de la religión islámica podrían considerar ofensivas, y por ello solicitó a quienes pudiesen abrigar objeciones a ausentarse temporalmente del salón. Fue un signo de respeto de parte del enseñante, que sin embargo suscitó el repudio de algunos padres de alumnos de religión islámica, una vez enterados del asunto. Una campaña en las redes sociales y el involucramiento de otras personas produjo finalmente la decisión fatal.

 

 

Estos hechos han producido inmensa y justificada indignación, así como masivas manifestaciones de protesta contra el extremismo y la obcecación, y a favor de los principios de libertad de expresión y tolerancia que están en la base de la escuela francesa y su cultura democrática. Muchas personas han enarbolado pancartas que pregonan: “No tenemos miedo”. El problema, no obstante, y por difícil que sea admitirlo, es que sí tienen miedo y es inevitable que el miedo se propague. Pocos se atreverán a aceptarlo de manera pública, pero en privado, es natural que los educadores franceses a todos los niveles se pregunten qué consecuencias puede tener para ellos, individualmente considerados, enseñar con libertad en sus aulas. Algunos han manifestado, por ejemplo, que ya no están seguros de referirse al Holocausto del pueblo judío a manos de Hitler y los nazis, pues algunos estudiantes de origen árabe aseguran que tal evento nunca existió y que solo se trata de propaganda política propensa al Estado de Israel.

 

 

El gobierno francés ha reaccionado con la esperada reciedumbre, en especial en el plano de la retórica, pero la verdad es que las cosas ya han llegado demasiado lejos, y no se vislumbra una clara solución a un problema al que se ha permitido, durante décadas, crecer y alimentarse de la excesiva complacencia de las autoridades. Hay centenares, seguramente miles de islamistas radicalizados en Francia, activos o todavía a resguardo bajo cierta clandestinidad, y aunque la policía conoce a muchos de ellos, los códigos legales y los principios cívicos imponen trabas de todo tipo a la acción represiva con carácter preventivo.

Un gran poeta francés, Paul Valéry, dijo una vez que la civilización occidental se sustenta sobre tres pilares fundamentales: la libertad griega, el derecho romano y la fe cristiana. Lo sucedido con el profesor asesinado es un ataque directo al primer principio, que además coloca el derecho ante complejas disyuntivas. Pero es lo relativo a la fe religiosa de la que por siglos se ha nutrido Occidente, una fe hoy tan menguada, lo que quizá siembra más dudas hacia adelante. Francia, uno de los centros primordiales del pensamiento ilustrado y el racionalismo occidentales, concede importancia suprema al principio de laicidad, es decir, a la estricta separación entre la sociedad civil, el Estado y lo religioso. Se espera que maestros y profesores enseñen la historia de las religiones, pero sin tomar partido y preservando con firmeza y respeto la libertad de expresión. Los jóvenes estudiantes y sus padres que cuestionaron a un profesor que quiso cumplir esas reglas, han puesto una vez más en entredicho la capacidad de nuestro racionalismo occidental para ajustarse al radicalismo ideológico, en este caso religioso.

 

 

Pareciera que no se encuentran tan desatinados quienes piensan que una fe solo se contrarresta con otra. No obstante, resulta patente que las sociedades seculares de Occidente, en términos generales, o bien han perdido la fe, no solo religiosa sino en todos los campos excepto el hedonismo individualista, o bien la practican básicamente como un formalismo, carente de fuerza y compromiso. De modo que ante la violencia islamista los mecanismos de defensa de la libertad se quedan a medio camino, únicamente confiados en la herencia que aún nos resta del derecho romano, de nuestras leyes y códigos, que a fin de cuentas dependen de la cada día más pusilánime y agrietada voluntad de casi todos nuestros líderes políticos, acosados por el miedo.

 

 

Editorial de El Nacional

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