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Medio pernil electoral

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Medio pernil electoral

 

 

La compra de votos y de apoyos a cambio de comestibles y de otros objetos de primera necesidad, llevada a cabo por el gobierno, ha sido noticia en el extranjero. Las informaciones señalan que se trata de un hábito que ha querido imponer la dictadura desde hace tiempo, apretada por la falta de sustento popular y por la necesidad de no exhibir su soledad ante el mundo. Pero el negocio se le está poniendo difícil, debido a que ni siquiera tiene recursos para que el tráfico de conciencias funcione como pretende.

 

 

 

Como es época de Navidad, los mercaderes del oficialismo programaron el reparto de perniles de cochino, un alimento muy solicitado en la temporada, seguros de que, ante la atractiva oferta, las masas se apresurarían a recibirlos a cambio de votar por los concejales del PSUV en una elección que no provocaba entusiasmos por su carácter fraudulento, por la desconfianza sembrada por las empleadas del CNE y por la abulia que se ha apoderado de la ciudadanía en materia de sufragios y de campañas para procurarlos. Nada nuevo, como se sabe, pero ni siquiera pudieron llenar las expectativas debido a que no tuvieron, ni remotamente, la posibilidad de cumplir el lamentable cometido.

 

 

 

Los perniles no alcanzaron. Enviaron muy pocos del comando. Los transportes llegaron a medio llenar porque no había carne para cargarlos, porque ni siquiera el todopoderoso Nicolás Maduro había encontrado la manera de adquirir un elemento fundamental para su designio de atentar contra la dignidad del pueblo a través de un trueque caracterizado por la vileza. No había cómo comprar lo que la gente estaba dispuesta a vender a cambio de complacer a los dadores. Los votos podían esfumarse porque faltaba la materia para comprarlos.

 

 

 

Pero los gerentes de la monstruosa operación encontraron la solución: que se partan los perniles en dos y que cada quien se conforme con el pedazo que la dictatorial generosidad les depara. Fue así como, después de las protestas de los desarrapados de las filas, de los humillados de las colas rojas-rojitas, los que pudieron se llevaron su limosna de pernil. Su media limosna, en este caso. Quizá solo por eso apenas medio votaron, para desdicha de los promotores de la operación.

 

 

 

La operación nos coloca frente a un vilipendio que no puede pasar inadvertido, ante una descalificación del pueblo que es convertido en juguete de aspiraciones deleznables, ante un desprecio de los seres humanos a quienes se quiere manejar como si se tratara de bestias sin conciencia, de animales sin dignidad, de figuras aletargadas por la miseria que los ahoga.

 

 

No son pocos los que están aceptando este rol de despreciados objetos de la demagogia y de la falta de respeto, porque de lo contrario quedan condenados a la miseria extrema y a la muerte. Puede más el hambre que la dignidad, puede más la penuria que los llamados de la conciencia, en la penumbrosa precariedad que hoy experimenta la sociedad venezolana.

 

 

 

A tan escandalosa situación hemos llegado los venezolanos, solo contenida por el hecho de que los que insultan al prójimo cada vez tienen menos plata para convertirlos en piltrafas humanas.

 

 

 

Editorial de El Nacional

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